Te hacen reír,
sonríes; te aman, amas; te invitan a comer, comes, y así en un largo etcétera componen
esa orquesta que se llama Valeria y sus básicos como le gustaba calificarse. No
era una mujer de complementos, ni su cuerpo ni su alma se lo permitía. Como decía;
la ropa no es más que una excusa para cubrir el cuerpo, para sacar esa
vergüenza con la que se nos educan. Parece que el cuerpo sea un espacio de desprecio,
un lugar sucio del que avergonzarse, y Valeria no lo entendía, jamás fue
educada en ese sentido, desde niña la educaron a no sentir vergüenza por nada
más que por los malos sentimientos, por el egoísmo, la envidia, la soberbia y
no por todo aquello que alimentara su alma y embelleciera su cuerpo como parte
de ese espacio entre su corazón y la vida. La mama de Valeria por el contrario
si era muy dada a seguir modas y tendencias, a estar a la última y aunque no de
forma obsesiva si le gustaba llenar su espacio de colores, de sensaciones
diversas. Valeria era escueta, austera; a veces llegaba a ser espartana en su
vida y especialmente en sus sentimientos. La blancura no se la podían arrebatar
de su rostro; un espejo dulce pero sencillo. Toda esa personalidad constituía
su esencia, la de una veinteañera que aunque como todos, era diferente. Se le
veía distinta y actuaba al margen de todo aquello que se podía considerar
propio de una chica de su edad.
Su esencia mueve
sus actos, sus reacciones; su forma de ser y de responder a los sucesos.
Aquella noche de Septiembre cuando su madre quedo tendida en el suelo junto a un
charco de sangre, Valeria subió a su habitación al instante, no se puso a
llorar, no gritó; tan solo centro sus ojos brillantes, los abrió y entro en su
cuarto para meter lo esencial en su mochila y sus ahorros; todos, porque no
sabía que podría pasar y no era capaz de hacer planes, de organizar su mente;
tan solo quería salir de su casa y no volver a pesar de que ya era tarde, que aunque principios de Otoño la noche ya se
había apoderado de la ciudad. A penas 10 minutos tardó, durante los cuales llegaron
las urgencias, policía; toda la casa estaba envuelta en la histeria. Su padre
en una esquina del salón, blanco, sentado en el suelo sin saber que hacer ni
decir. No se fijó en Valeria ni ella dijo adiós. Nadie miró a Valeria, total no
era más que una chica con una camiseta y vaqueros que con su mochila, con todas
sus pertenencias materiales salía de casa. Nadie la miro ni ella miro. Bajo a
la calle y su parada, después de andar durante más de media hora fue la
estación de trenes.
Valeria había salido
del restaurante, Tanía la había mandado a casa para que hablara con su padre,
para que regresara dado que su madre había salido del coma. Sin embargo
Valeria, salió del Santander arrastrando los pies, no sabía dónde dejar sus penas,
en que lugar vaciar las lágrimas que ansiaban descender de sus ojos. Valeria
paseo por el Soho, tomo el metro y sin saber porque llegó a Notting Hiil, a su
casa, aunque no tenía intención de
entrar, no le apetecía tener que contar a ninguna de sus compañeras porque
llegaba tan pronto y menos a April que conocía parte de su historia y aunque
era una muchacha de pocas emociones como buena danesa, no le apetecía y sin
pensarlo de pronto se hallaba sentada en la terraza exterior del Portobello
Gold, pub que solía visitar en días de pañuelos y de dolor de ojos.
Allí sentada tras
pedir una pinta de cerveza rubia, se encendió un cigarro. Había dejado de
fumar, pero la vida le exigía demasiado y era una gran excusa para volver a un
hábito que detestaba pero que en aquellos momentos le ayudaba a destruir aún
más su denostada existencia. A sorbos porque como su madre no sabía beber de
golpe, siguió recordando aquel día de Septiembre cuando llego a la estación de
trenes. A esa hora no había viajeros, tan solo transeúntes perdidos tras alguna
barra de un bar, algunas parejas vaciando sus bocas uno al otro, mendigos y
prostitutas. Valeria al igual que carecía de vergüenza también de miedo, no le
importaba lo que le pudiera pasar, no sabía dónde ir. Tampoco le importaba si
le robaban, lo único que tenía de valor era ella, ni sus cosas le importaban ni
los dos mil y pico de euros que tendría ya que no se paró a coger dinero, tomo
todos sus ahorros y su cartera. No le importaba siguió andando y se sentó
dentro de un tren que se hallaba con las
puertas abiertas, de esos que se quedan para descansar en las estaciones
durante la noche. Entró sin mirar si contaba con compañía, se acurrucó en uno
de los asientos dejando su mochila en los pies y su bolso en un costado
haciendo como una especie de almohada.
Valeria paso
toda la noche allí sentada, sin parpadear; dejando caer sus lágrimas pero sin
llorar, sin pensar en nada, ni en nadie; ni en ella misma. Valeria estaba
cómoda en el tren, se sintió protegida y nada más las primeras notas de
claridad, se levantó, tomo sus cosas y salió del tren. Se aseó en el baño sucio
de la estacion pero no desayunó nada, ni bebió nada. Como un autómata se
dirigió a las taquillas que acababan de abrir y sin saber muy bien donde ir,
miró el panel y el único tren que se alejaba un poco de su mundo era uno con
destino a Barcelona. Tampoco era otro mundo porque la había visitado muchas
veces, pero le pareció un lugar bueno a donde huir, a donde escapara de si
misma y de las personas que la habían construido; que la habían fabricado en
cuerpo y habían creado ese alma tan amarga, esa que había dejado tirada a su
madre en el suelo junto a un charco de sangre. Valeria no soportaba ese
pensamiento y se puso a hiperrespirar mareándose y obligándole a sentarse en el
suelo sobre su mochila el tiempo suficiente para volver a controlar su conciencia,
esa que no la dejaba en paz, la que la condenaba por su huida y aunque perdía
la guerra, se revelaba contra ella.
Una vez superado
el incidente, Valeria se dirigió al andén y tomo el tren a Barcelona. Le
separaban apenas tres horas que paso restregando sus lágrimas junto a la
ventanilla del tren y las vistas a un mar que en ese día se mostraba más
violento de lo habitual. No habló con nadie hasta que la megafonía avisó que la
próxima estación era la de Barcelona-Sant. El tren llegaba hasta la estación de
Francia pero prefirió bajar, ya no soportaba mas estar ahí y fue justo en ese
momento de salir de su asiento cuando tuvo que articular unas palabras con el
señor que ocupaba el asiento de al lado para que le dejara salir. Se levantó,
se colgó la mochila y pidió por favor espacio para salir. El viajero la miró,
apartó sus pies y le dijo que le deseaba lo mejor. Ella lo agradeció porque era
consciente de que la había visto llorar frente a la ventana y al menos la había
respetado sin dirigirle hasta ese momento la palabra. Era la primera persona
con la que había hablado, puesto que en la compra del billete del tren tan solo
había articulado el nombre de la ciudad, Barcelona; sin más que eso y pagar.
Valeria se
encendió un cigarro y lo aspiro con fuerza junto con un trago de cerveza, pequeño
como lo hacía su madre a la que tanto se parecía. Había pasado una hora y en
Londres como no era de extrañar se puso a llover. Sentada en la terraza siguió
pensando mojándose con la fina lluvia y sin hacer ningún movimiento por
resguardarse.
Salió de la
estación de Sant y empezó a andar, no paro un momento, su mente no le permitía
centrarse en otra cosa que no fuera el camino, cruzar calles, esperar en
semáforos y poco más. A pesar de que llevaba horas sin dormir el cansancio aún
no había hecho acto de presencia y su pretensión no era otra que la de andar
hasta caer rendida, hasta romper sus Adidas o hasta que la vida pusiera freno a
esa locura. Ando y ando, hasta llegar a las inmediaciones de la Plaza de
Urquinaona, no por ningún motivo sino por el simple hecho de que allí le habían
llevado sus pies. Tal vez tenía explicación, entre esa plaza y la de Catalunya
había una cafetería Satarbucks donde recordaba haber estado junto con sus
padres. A ambos les gustaba ese tipo de establecimiento, esos grandes cafés de
mezclas, las grandes tazas de té. Tal vez en la vida los caminos son parte de
los recuerdos, es posible que nuestra existencia se mueva en círculos concéntricos
desde una parte a ninguna parte. Es posible que todo sea una espiral y alguna
vez tendría que regresar, pero no sería por ahora, no podía imaginar la
situación en la que había quedado su
familia, su casa; su vida rota de arriba abajo, no solo por ella sino por la
traición de su madre y la estúpida actitud de su padre. No podía pensar en un
regreso cuando se encontró mirando en el cristal de esa cafetería, viendo como
tantas veces ella había estado, jóvenes con grandes vasos de café y su
ordenador portátil, sus teléfonos; sus cosas y su vida y de repente se acordó
del teléfono que lo llevaba en el bolso. Lo sacó, lo miró; estaba apagado y no le apetecía nada encenderlo, es más era de
imaginar lo que ocurriría. Llamadas y llamadas de su padre, amigas y demás
rogándole les dijera su paradero, pero lo que realmente la protegía era la
ausencia, eso que llaman el paradero desconocido, el no ser mas que un recuerdo
sin ser visto, no tener presente en las personas que quería. Una amarga
experiencia para olvidar, en ese mundo en el que sus valores habían sido
traicionados y vendidos al mejor postor. No soportaba la infidelidad, ni la más
mínima debilidad en algo tan básico para ella como era lo contrario, la lealtad
y la fidelidad.
Ni café, ni te; ni
una de esas magdalenas tan deliciosas que le encantaban. No entro por no
hablar, por no tener que soportar una sonrisa y siguió su camino hacia la Plaza
de Catalunya donde se encontraba otro de sus paraísos gastronómicos: El Hard
Rock Café. Ese lugar donde tantas risas había compartido con su madre y su
padre, también con amigas en viajes y excursiones. Pasó por la puerta, ese
ambiente internacional y cosmopolita le encantaba. Se paró un momento, recibió
olores y sabores. Su paladar empezó a mojarse de saliva pero continuo su
marcha, no miró ni un momento hacia atrás, ni tan siquiera bebió agua, nada
desde su salida de su casa había pasado por su boca, salvo el sabor de la
amargura, de la tristeza y la desesperación.
Bebiendo las
ultimas gotas de cerveza, Valeria recordó la sed y el hambre sin ganas de comer
de aquel día. El dolor de pies y la sangre en su corazón herido. Recordó el
sabor a sal de su mejilla, la humedad de sus ojos y el rencor en su alma.
Valeria recordó aquellos momentos sin rumbo, sin destino. Por primera vez
andaba sin saber donde iba pero si porque lo hacía. Valeria en ese pub ingles
volvió a saborear el plato mas cruel de la gastronomía, el de la hiel, el del
sin sabor; el de la acidez de la desesperanza y el furor del camino, del
horizonte sin destino. De esa forma por el centro del Paseo de las Ramblas
caminó y caminó, sin mirar a los cientos de turistas que la rodeaban. Era como una
ambigua realidad, le iban fallando las fuerzas, se estaba quedando sin ánimo
pero continuó hasta que llego a la estatua de Colón, entro por el Maremagnum al
puerto de Barcelona y siguió andando hacia su izquierda como bordeando el mar,
como si ese fuese un camino iluminado donde no podía perderse.
Bajo la lluvia y
un segundo cigarro, Valeria recordaba aquel día con temor, de ese que se
vanagloriaba no tener pero que le infundió su recuerdo. Andaba sin sentir los
pies, sin saber muy bien si la mochila la llevaba a ella o ella a su mochila.
Siguió andando y llegó a la playa de la Barceloneta junto al hotel W el cual también
le traía grandes recuerdos, muchos momentos junto a sus únicas personas, su padre
y su madre porque el resto del mundo para ella era la gente, sin embargo sus
padres eran personas, las únicas de su vida.
Recuerda como le
quemaba la boca la falta de agua y como busco como loca un lugar donde poder
mojar su sequía. Encontró un kiosco y compro una botella grande de agua. Bebió
un sorbo, Valeria no sabía dar tragos de líquido, como su madre y la recordó,
entonces con la botella de agua y ahora bebiendo esa cerveza en el pub de
Notting Hill, el Gold. Bebió a sorbos hasta que llegó a la mitad de la botella,
la guardo como algo muy suyo, con sus manecitas rodeando la botella, como si
fuese lo único que poseía entre su vida y el destino; se acercó a la playa, se
oía el mar y estaba anocheciendo. Había pasado todo el día andando, pero dando
vueltas porque no era lógico que desde Sant hasta la playa tardara todo un día.
No tenía concepción del tiempo, como tampoco lo tenía de su realidad y entonces
presa del cansancio, del abatimiento, de la falta de fuerzas por no comer;
porque a pesar de tener hambre no tenía ganas de comer; tan cansada estaba que
se tumbó en la arena de la playa de la Barceloneta, lugar que le daba confianza
por tantos momentos, era como estar en familia, de esos lugares que son como el
hogar por la confianza de los momentos de felicidad que había pasado en ese
maravilloso espacio, de esos lugares que te identifican y marcan de color tu propio
cuerpo, como un tatuaje de la existencia.
Mientras se
levantaba de la terraza del pub Valeria recordó que se quedó dormida, que no
supo muy bien que hora sería pero de repente alguien toco su cara, su hombro.
Valeria abrió sus cansados ojos y vio la cara de una mujer con gorro, era un
Mosso D’esquadra, la pocía de Catalunya. No habló tan solo se incorporó. Además
de esa mujer también había un hombre vestido igual, otro policía. Le pidieron
la documentación y la sacó de su bolso, la comprobaron y de repente como una
luz se hizo en los ojos de esa mujer tras hablar por su teléfono interno, como
si hubiera descubierto algo que andaba buscando; esa mujer policía se dirigió a
ella y llamándola por su nombre le informo que había una denuncia por su
desaparición, que aunque era mayor de edad al parecer su familia y amigos
estaban preocupados, que no podía hacer nada para impedir su huida. A
continuación quitándose la gorra de policía y cogiéndola de las muñecas le
dijo:
-Valeria, tu
madre está viva pero está en coma, pero también me han dicho en la llamada que te
informe, que tu padre está en la cárcel-
Valeria calló al
suelo y tan solo recordaba despertar en el cercano Hospital del Mar, en el Port
Olimpic de Barcelona; mientras que la de ahora tomo rumbo a su casa desde el
pub con la única intención de dormir.
Muy buena historia Manu... Me has dejado queriendo más. Te felicito enormemente!!! =)
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