sábado, 13 de mayo de 2017

VALERIA Y EL TREN -CAP.IV- ESENCIA DE VALERIA



Te hacen reír, sonríes; te aman, amas; te invitan a comer, comes, y así en un largo etcétera componen esa orquesta que se llama Valeria y sus básicos como le gustaba calificarse. No era una mujer de complementos, ni su cuerpo ni su alma se lo permitía. Como decía; la ropa no es más que una excusa para cubrir el cuerpo, para sacar esa vergüenza con la que se nos educan. Parece que el cuerpo sea un espacio de desprecio, un lugar sucio del que avergonzarse, y Valeria no lo entendía, jamás fue educada en ese sentido, desde niña la educaron a no sentir vergüenza por nada más que por los malos sentimientos, por el egoísmo, la envidia, la soberbia y no por todo aquello que alimentara su alma y embelleciera su cuerpo como parte de ese espacio entre su corazón y la vida. La mama de Valeria por el contrario si era muy dada a seguir modas y tendencias, a estar a la última y aunque no de forma obsesiva si le gustaba llenar su espacio de colores, de sensaciones diversas. Valeria era escueta, austera; a veces llegaba a ser espartana en su vida y especialmente en sus sentimientos. La blancura no se la podían arrebatar de su rostro; un espejo dulce pero sencillo. Toda esa personalidad constituía su esencia, la de una veinteañera que aunque como todos, era diferente. Se le veía distinta y actuaba al margen de todo aquello que se podía considerar propio de una chica de su edad.

Su esencia mueve sus actos, sus reacciones; su forma de ser y de responder a los sucesos. Aquella noche de Septiembre cuando su madre quedo tendida en el suelo junto a un charco de sangre, Valeria subió a su habitación al instante, no se puso a llorar, no gritó; tan solo centro sus ojos brillantes, los abrió y entro en su cuarto para meter lo esencial en su mochila y sus ahorros; todos, porque no sabía que podría pasar y no era capaz de hacer planes, de organizar su mente; tan solo quería salir de su casa y no volver a pesar de que ya era tarde,  que aunque principios de Otoño la noche ya se había apoderado de la ciudad. A penas 10 minutos tardó, durante los cuales llegaron las urgencias, policía; toda la casa estaba envuelta en la histeria. Su padre en una esquina del salón, blanco, sentado en el suelo sin saber que hacer ni decir. No se fijó en Valeria ni ella dijo adiós. Nadie miró a Valeria, total no era más que una chica con una camiseta y vaqueros que con su mochila, con todas sus pertenencias materiales salía de casa. Nadie la miro ni ella miro. Bajo a la calle y su parada, después de andar durante más de media hora fue la estación de trenes.

Valeria había salido del restaurante, Tanía la había mandado a casa para que hablara con su padre, para que regresara dado que su madre había salido del coma. Sin embargo Valeria, salió del Santander arrastrando los pies, no sabía dónde dejar sus penas, en que lugar vaciar las lágrimas que ansiaban descender de sus ojos. Valeria paseo por el Soho, tomo el metro y sin saber porque llegó a Notting Hiil, a su casa,  aunque no tenía intención de entrar, no le apetecía tener que contar a ninguna de sus compañeras porque llegaba tan pronto y menos a April que conocía parte de su historia y aunque era una muchacha de pocas emociones como buena danesa, no le apetecía y sin pensarlo de pronto se hallaba sentada en la terraza exterior del Portobello Gold, pub que solía visitar en días de pañuelos y de dolor de ojos.

Allí sentada tras pedir una pinta de cerveza rubia, se encendió un cigarro. Había dejado de fumar, pero la vida le exigía demasiado y era una gran excusa para volver a un hábito que detestaba pero que en aquellos momentos le ayudaba a destruir aún más su denostada existencia. A sorbos porque como su madre no sabía beber de golpe, siguió recordando aquel día de Septiembre cuando llego a la estación de trenes. A esa hora no había viajeros, tan solo transeúntes perdidos tras alguna barra de un bar, algunas parejas vaciando sus bocas uno al otro, mendigos y prostitutas. Valeria al igual que carecía de vergüenza también de miedo, no le importaba lo que le pudiera pasar, no sabía dónde ir. Tampoco le importaba si le robaban, lo único que tenía de valor era ella, ni sus cosas le importaban ni los dos mil y pico de euros que tendría ya que no se paró a coger dinero, tomo todos sus ahorros y su cartera. No le importaba siguió andando y se sentó dentro de un tren que  se hallaba con las puertas abiertas, de esos que se quedan para descansar en las estaciones durante la noche. Entró sin mirar si contaba con compañía, se acurrucó en uno de los asientos dejando su mochila en los pies y su bolso en un costado haciendo como una especie de almohada.

Valeria paso toda la noche allí sentada, sin parpadear; dejando caer sus lágrimas pero sin llorar, sin pensar en nada, ni en nadie; ni en ella misma. Valeria estaba cómoda en el tren, se sintió protegida y nada más las primeras notas de claridad, se levantó, tomo sus cosas y salió del tren. Se aseó en el baño sucio de la estacion pero no desayunó nada, ni bebió nada. Como un autómata se dirigió a las taquillas que acababan de abrir y sin saber muy bien donde ir, miró el panel y el único tren que se alejaba un poco de su mundo era uno con destino a Barcelona. Tampoco era otro mundo porque la había visitado muchas veces, pero le pareció un lugar bueno a donde huir, a donde escapara de si misma y de las personas que la habían construido; que la habían fabricado en cuerpo y habían creado ese alma tan amarga, esa que había dejado tirada a su madre en el suelo junto a un charco de sangre. Valeria no soportaba ese pensamiento y se puso a hiperrespirar mareándose y obligándole a sentarse en el suelo sobre su mochila el tiempo suficiente para volver a controlar su conciencia, esa que no la dejaba en paz, la que la condenaba por su huida y aunque perdía la guerra, se revelaba contra ella.

Una vez superado el incidente, Valeria se dirigió al andén y tomo el tren a Barcelona. Le separaban apenas tres horas que paso restregando sus lágrimas junto a la ventanilla del tren y las vistas a un mar que en ese día se mostraba más violento de lo habitual. No habló con nadie hasta que la megafonía avisó que la próxima estación era la de Barcelona-Sant. El tren llegaba hasta la estación de Francia pero prefirió bajar, ya no soportaba mas estar ahí y fue justo en ese momento de salir de su asiento cuando tuvo que articular unas palabras con el señor que ocupaba el asiento de al lado para que le dejara salir. Se levantó, se colgó la mochila y pidió por favor espacio para salir. El viajero la miró, apartó sus pies y le dijo que le deseaba lo mejor. Ella lo agradeció porque era consciente de que la había visto llorar frente a la ventana y al menos la había respetado sin dirigirle hasta ese momento la palabra. Era la primera persona con la que había hablado, puesto que en la compra del billete del tren tan solo había articulado el nombre de la ciudad, Barcelona; sin más que eso y pagar.

Valeria se encendió un cigarro y lo aspiro con fuerza junto con un trago de cerveza, pequeño como lo hacía su madre a la que tanto se parecía. Había pasado una hora y en Londres como no era de extrañar se puso a llover. Sentada en la terraza siguió pensando mojándose con la fina lluvia y sin hacer ningún movimiento por resguardarse.

Salió de la estación de Sant y empezó a andar, no paro un momento, su mente no le permitía centrarse en otra cosa que no fuera el camino, cruzar calles, esperar en semáforos y poco más. A pesar de que llevaba horas sin dormir el cansancio aún no había hecho acto de presencia y su pretensión no era otra que la de andar hasta caer rendida, hasta romper sus Adidas o hasta que la vida pusiera freno a esa locura. Ando y ando, hasta llegar a las inmediaciones de la Plaza de Urquinaona, no por ningún motivo sino por el simple hecho de que allí le habían llevado sus pies. Tal vez tenía explicación, entre esa plaza y la de Catalunya había una cafetería Satarbucks donde recordaba haber estado junto con sus padres. A ambos les gustaba ese tipo de establecimiento, esos grandes cafés de mezclas, las grandes tazas de té. Tal vez en la vida los caminos son parte de los recuerdos, es posible que nuestra existencia se mueva en círculos concéntricos desde una parte a ninguna parte. Es posible que todo sea una espiral y alguna vez tendría que regresar, pero no sería por ahora, no podía imaginar la situación en la que  había quedado su familia, su casa; su vida rota de arriba abajo, no solo por ella sino por la traición de su madre y la estúpida actitud de su padre. No podía pensar en un regreso cuando se encontró mirando en el cristal de esa cafetería, viendo como tantas veces ella había estado, jóvenes con grandes vasos de café y su ordenador portátil, sus teléfonos; sus cosas y su vida y de repente se acordó del teléfono que lo llevaba en el bolso. Lo sacó, lo miró; estaba apagado y no  le apetecía nada encenderlo, es más era de imaginar lo que ocurriría. Llamadas y llamadas de su padre, amigas y demás rogándole les dijera su paradero, pero lo que realmente la protegía era la ausencia, eso que llaman el paradero desconocido, el no ser mas que un recuerdo sin ser visto, no tener presente en las personas que quería. Una amarga experiencia para olvidar, en ese mundo en el que sus valores habían sido traicionados y vendidos al mejor postor. No soportaba la infidelidad, ni la más mínima debilidad en algo tan básico para ella como era lo contrario, la lealtad y la fidelidad.

Ni café, ni te; ni una de esas magdalenas tan deliciosas que le encantaban. No entro por no hablar, por no tener que soportar una sonrisa y siguió su camino hacia la Plaza de Catalunya donde se encontraba otro de sus paraísos gastronómicos: El Hard Rock Café. Ese lugar donde tantas risas había compartido con su madre y su padre, también con amigas en viajes y excursiones. Pasó por la puerta, ese ambiente internacional y cosmopolita le encantaba. Se paró un momento, recibió olores y sabores. Su paladar empezó a mojarse de saliva pero continuo su marcha, no miró ni un momento hacia atrás, ni tan siquiera bebió agua, nada desde su salida de su casa había pasado por su boca, salvo el sabor de la amargura, de la tristeza y la desesperación.

Bebiendo las ultimas gotas de cerveza, Valeria recordó la sed y el hambre sin ganas de comer de aquel día. El dolor de pies y la sangre en su corazón herido. Recordó el sabor a sal de su mejilla, la humedad de sus ojos y el rencor en su alma. Valeria recordó aquellos momentos sin rumbo, sin destino. Por primera vez andaba sin saber donde iba pero si porque lo hacía. Valeria en ese pub ingles volvió a saborear el plato mas cruel de la gastronomía, el de la hiel, el del sin sabor; el de la acidez de la desesperanza y el furor del camino, del horizonte sin destino. De esa forma por el centro del Paseo de las Ramblas caminó y caminó, sin mirar a los cientos de turistas que la rodeaban. Era como una ambigua realidad, le iban fallando las fuerzas, se estaba quedando sin ánimo pero continuó hasta que llego a la estatua de Colón, entro por el Maremagnum al puerto de Barcelona y siguió andando hacia su izquierda como bordeando el mar, como si ese fuese un camino iluminado donde no podía perderse.

Bajo la lluvia y un segundo cigarro, Valeria recordaba aquel día con temor, de ese que se vanagloriaba no tener pero que le infundió su recuerdo. Andaba sin sentir los pies, sin saber muy bien si la mochila la llevaba a ella o ella a su mochila. Siguió andando y llegó a la playa de la Barceloneta junto al hotel W el cual también le traía grandes recuerdos, muchos momentos junto a sus únicas personas, su padre y su madre porque el resto del mundo para ella era la gente, sin embargo sus padres eran personas, las únicas de su vida.

Recuerda como le quemaba la boca la falta de agua y como busco como loca un lugar donde poder mojar su sequía. Encontró un kiosco y compro una botella grande de agua. Bebió un sorbo, Valeria no sabía dar tragos de líquido, como su madre y la recordó, entonces con la botella de agua y ahora bebiendo esa cerveza en el pub de Notting Hill, el Gold. Bebió a sorbos hasta que llegó a la mitad de la botella, la guardo como algo muy suyo, con sus manecitas rodeando la botella, como si fuese lo único que poseía entre su vida y el destino; se acercó a la playa, se oía el mar y estaba anocheciendo. Había pasado todo el día andando, pero dando vueltas porque no era lógico que desde Sant hasta la playa tardara todo un día. No tenía concepción del tiempo, como tampoco lo tenía de su realidad y entonces presa del cansancio, del abatimiento, de la falta de fuerzas por no comer; porque a pesar de tener hambre no tenía ganas de comer; tan cansada estaba que se tumbó en la arena de la playa de la Barceloneta, lugar que le daba confianza por tantos momentos, era como estar en familia, de esos lugares que son como el hogar por la confianza de los momentos de felicidad que había pasado en ese maravilloso espacio, de esos lugares que te identifican y marcan de color tu propio cuerpo, como un tatuaje de la existencia.

Mientras se levantaba de la terraza del pub Valeria recordó que se quedó dormida, que no supo muy bien que hora sería pero de repente alguien toco su cara, su hombro. Valeria abrió sus cansados ojos y vio la cara de una mujer con gorro, era un Mosso D’esquadra, la pocía de Catalunya. No habló tan solo se incorporó. Además de esa mujer también había un hombre vestido igual, otro policía. Le pidieron la documentación y la sacó de su bolso, la comprobaron y de repente como una luz se hizo en los ojos de esa mujer tras hablar por su teléfono interno, como si hubiera descubierto algo que andaba buscando; esa mujer policía se dirigió a ella y llamándola por su nombre le informo que había una denuncia por su desaparición, que aunque era mayor de edad al parecer su familia y amigos estaban preocupados, que no podía hacer nada para impedir su huida. A continuación quitándose la gorra de policía y cogiéndola de las muñecas le dijo:

-Valeria, tu madre está viva pero está en coma, pero  también me han dicho en la llamada que te informe, que tu padre está en la cárcel-


Valeria calló al suelo y tan solo recordaba despertar en el cercano Hospital del Mar, en el Port Olimpic de Barcelona; mientras que la de ahora tomo rumbo a su casa desde el pub con la única intención de dormir.


1 comentario:

  1. Muy buena historia Manu... Me has dejado queriendo más. Te felicito enormemente!!! =)

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