domingo, 17 de julio de 2016

CONSCIENTE DE VIVIR

Dicen que la vida en tan solo un segundo te puede dar lo mejor, pero también lo peor. Eso bueno o eso malo puede ocurrir en un instante y lo mejor de todo es que lo ignoramos, que no tenemos la menor idea de lo que pueda pasar. Por mucho que nos hayamos preparado, la vida es una sorpresa relativa. Y digo relativa porque nos sorprende que la vida camine, evolucione hacia delante, cambie; se transforme. Tal vez eso malo que la vida nos puede traer en tan solo un segundo, no sea malo, sino que simplemente se un imprevisto o mejor aún que no lo aceptemos como parte de la vida.

Cuando tienes la oportunidad de ver la meta. Cuando se ve ese cartel y sin embargo no se ve nada de lo que hay tras del mismo, si es que hay algo; es cuando comienzas a ser consciente de la vida, de lo que es vivir, de que hasta ahora no vivía porque parece que toda la vida es una carrera de obstáculos para prepararse ante la muerte y pasar los años sin vivir.

La vida es ahora, con lo que tiene, con lo que venga, con lo que nos da; pero es ahora o nunca. La vida no es esa locura que hacemos de pequeños preparándonos para el futuro; eso es mentira, es perder el tiempo, el cargarse sin posibilidad de retroceso  la infancia y  la juventud. La pregunta es: ¿para que? Esta sociedad maldita, plagada de esperanzas pero sin realidades, llena de futuros inciertos y desconocidos; se olvida del hoy, del presente, de lo único que existe, lo único que tenemos que se puede tocar, respirar, degustar; ver con los ojos y sentir con la piel.

Prepararse para mañana es como olvidarse de que hoy existe, de que estas vivo. Es vivir en la inconsciencia de lo real y perderse en la nueve de lo absoluto incierto.

Ese dieciséis de Julio del Dos Mil Catorce, mientras iba tumbado en una camilla dentro de una ambulancia con todas sus señales acústicas en funcionamiento; la médico que literalmente iba sobre mí me preguntó: ¿Alguna vez has querido morir?; le dije que sí, y me volvió a preguntar: ¿Hoy quieres morir?, yo le contesté: NO, ella me dijo: hoy no vas a morir.


 Ese instante circulando a gran velocidad, con la sonrisa de ese ángel que me había salvado la vida, era mi único presente. Esa  era mi única realidad, carente de pasado y de futuro, solo existía ese momento. En ese instante fui por primera vez consciente de la vida, de su valor, de su dimensión, de su grandeza; de su existencia. En ese momento en mi cara se dibujó idéntica sonrisa que la de mi doctora, la misma. Esa sonrisa ya no desapareció de mi rostro. Desde entonces la llevo dibujada como un símbolo por el cual, cualquiera que sea la dificultad del momento, sea como sea la realidad; nunca pondré la mas mínima resistencia a aceptar la vida como es y a sentirla en mi cuerpo, en mi alma y sobre todo, en ese corazón que volvió a nacer.



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