La mirada
perdida en sus pensamientos, en esos en los que últimamente se refugiaba huyendo de la
realidad; soñando, pensando, añorando tantos pasos perdidos a pesar de su
juventud y su corta edad.
A penas había
puesto un pie en el mundo y ya se encontraba a la fuga mirando por esa
ventanilla del Stanted Express, donde se mezclaban las gotas de la lluvia
aceleradas con el movimiento del tren y sus propias lágrimas. La humedad de los
cielos grises provenía tanto del frio exterior como de los hielos que colmaban
su alma en aquellos días.
Valeria se había acostumbrado a llorar, ya no se quejaba cuando lo hacía, sus lágrimas prácticamente caían por la fuerza de la gravedad desde sus ojos recorriendo sus blancas mejillas, hasta caer sobre su pecho ahogando, si podía ser más; su débil corazón.
Este era su tercer viaje contando el de ida. Viajes de cortesía como ella llamaba, viajes para no profundizar en el vacío de la distancia de todo su mundo; viajes más frecuentes de lo propio gracias a las rebajas y saldos de esa compañía aérea llama Ryanair que a penas por sesenta Euros o menos, la trasladaban a precio de ganga desde su nacimiento a la muerte de su destierro en la ciudad de sus sueños. Viajes financiados por su papa o por su mamá presos de la crisis de conciencia causada por la traición a su hija, de lo que Valeria se aprovechaba sin miramiento alguno, sin lamentos pues su vida había cambiado de rumbo por la exclusiva culpa de esos seres que había amado más de lo necesario, o al menos como ahora pensaba entre lágrimas que no cesaban de caer; de forma inmerecida.
El tren avanzaba
entre pueblos y ciudades muertas de ese país que en algunos de sus rostros parecía
más un imperio en ruinas que ese otro cuya imagen se empeñaban en dar de
modernidad y futuro. Edificaciones víctimas de la decadencia de una revolución
industrial que quedó atrapada en otro siglo. Un viaje en tren cuya duración era
incluso superior a la del vuelo entre Valencia y ese nuevo hogar buscado por
Valeria, en su huida; en su repentina salida de ese mundo del que se sentía tan
cómoda y orgullosa, en aquellas reflexiones el día de su puesta de largo en la
Universidad.
Con apenas veintiún
años cumplidos el mundo se le había demolido. Sabía de otras amigas que en
lugar de buscar el confort de estudiar cerca de casa se habían marchado a otras
ciudades e incluso al extranjero. Para Valeria ese no era el mundo en el que
quería vivir, no era eso con lo que había soñado. Persona muy apegada a su familia
y a sus cosas se le hundió todo aquello que quería cuando cayó en lo que creía,
y todo se vino abajo, como lo hacen de golpe las fichas del domino. El golpe y
luego una tras la otra hasta que todo ese fichero yace tumbado sobre el suelo.
Así se encontraba Valeria, entre su nariz y el frio del mármol por donde
pasaba, del calor de su vida rosa al del frío de la soledad. Truncada su
brillante vida universitaria que apenas había saboreado durante un curso, si
pudo demostrar que cuando quería podía y su expediente en tan solo unos meses
ya era valorado por profesores y compañeros. Nadie lo entendió, salvo sus
padres y sus amigos más próximos, Valeria no era persona de traiciones. Valeria
no era mujer de infidelidades. Valeria se había hecho de la lealtad y se había
conjugado a base de amor. Cuando todo tu mundo se hunde, tan solo cabe huir sin
mirar hacia atrás, sin pestañear e intentar vivir en otros mundos o tal vez
dejarte morir en ese mundo que ya no existe, del que fue despojada por tal vez
el egoísmo, la inseguridad o la falta de amor de aquellos que mas quería en el
mundo y aunque no era odio lo que sentía, si era el resentimiento el que la
dominaba en esos momentos los cimientos de su vida. Valeria siempre se había
presentado como una mujer de básicos. Una mujer de camiseta de algodón y
vaqueros lavados. No precisaba mas para vestir al igual que su alma no
necesitaba adornos verbales para saber lo que la emocionaba y que era lo que
sus instintos buscaban para sobrevivir.
El tren se
acercaba cada vez más a su destino de la Tottenham Hale Station, allí tomaría
el metro hasta su casa, o mejor dicho su habitación con vistas compartida con
cinco personas más en las proximidades de Hyde
Park. En ese barrio tan conocido y que parecía pertenecer a otra ciudad
llamado Notting Hill. La casa se la había buscado su padre a través de Aitana,
una amiga suya del Twitter, esa red social que tanto le gustaba y que vivía en
esa ciudad. Aitana ante la llamada de éste con desesperación, le encontró una
casa de color blanco rosáceo en el corazón de ese barrio próximo a Portobello
Road donde los domingos ponen ese mercadito tan romántico por la película de su
mismo nombre. Tenía que bajar del tren en Totteham y coger el metro hasta
Nottin Hill, Gate Station.
Valeria seguía
con su mejilla pegada a la ventanilla del tren, mezclando sus lágrimas con la
lluvia, abandonada por su mundo y acogida por otra donde la madurez tuvo que ir
aprendiéndola a golpe de cuchillo en el restaurante donde trabaja, El
Santander; otro enchufe de su padre de sus clientes de hostelería que la habían
recomendado para el trabajo de pelar verduras, limpiar pescado y preparar
carnes de todo tipo a pesar de su veganismo cada vez mas radical. Se negaba a
comer nada que tuviera padres, obsesión que se incrementó por los sucesos que
hacía pocos meses habían cambiado su vida y la habían trasladado del rosa de su
habitación a las florecillas llenas de polvo y de la moqueta que cubría las
paredes de su nueva habitación. Una habitación con vistas, pero no al mar, sino
a Hyde Park.
Repasaba cada
detalle para impedir que las lágrimas se convirtieran en lloros y quedar en
evidencia ante todo el tren, pero por más que lo intentaba, Valeria no podía
soportar su propia existencia, no había terminado nada desde su puesta de mayor
y ya estaba pelando patatas como único destino que en ese presente le esperaba.
Valeria no solo
sentía lástima por el cambio de rumbo de su vida, le lloraba la vida con las lágrimas del alma,
le crujía hasta lo mas profundo de su corazón. En cada una de las habitaciones
de su pecho, había pasado un huracán cuando tan solo estaban construidas para
las brisas del mar. Valeria se sentía morir a sus escasos 21 años de edad, en
ese tren que le trasladaba del Aeropuerto hasta una casa de un lugar donde
nunca había pensado vivir, donde no se encontraban esos seres que la habían
sustentado la vida emocional y materialmente. Valeria estaba sola. Valeria
había perdido la vida en aquel rincón de aquel día en el que por una casualidad
supo que sus padres se iban a separar.
Valeria dejo de lagrimar
y se puso a llorar, cubriendo toda su cara de negro. Chorros oscuros que
bajaban desde sus ojos hasta su boca sin ganas de limpiarse; sin ganas de vivir
cuando el tren paro y las puertas se abrieron en la estación Londinense de
Tottenham Hale.
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