sábado, 22 de abril de 2017

VALERIA Y EL TREN -CAP. I- LOS RESTOS DE VALERIA


La mirada perdida en sus pensamientos, en esos en  los que últimamente se refugiaba huyendo de la realidad; soñando, pensando, añorando tantos pasos perdidos a pesar de su juventud y su corta edad.

A penas había puesto un pie en el mundo y ya se encontraba a la fuga mirando por esa ventanilla del Stanted Express, donde se mezclaban las gotas de la lluvia aceleradas con el movimiento del tren y sus propias lágrimas. La humedad de los cielos grises provenía tanto del frio exterior como de los hielos que colmaban su alma en aquellos días.

Valeria se había acostumbrado a llorar, ya no se quejaba cuando lo hacía, sus lágrimas prácticamente caían por la fuerza de la gravedad desde sus ojos recorriendo sus blancas mejillas, hasta caer sobre su pecho ahogando, si podía ser más; su débil corazón.

Este era su tercer viaje contando el de ida. Viajes de cortesía como ella llamaba, viajes para no profundizar en el vacío de la distancia de todo su mundo; viajes más frecuentes de lo propio gracias a las rebajas y saldos de esa compañía aérea llama Ryanair que a penas por sesenta Euros o menos, la trasladaban a precio de ganga desde su nacimiento a la muerte de su destierro en la ciudad de sus sueños. Viajes financiados por su papa o por su mamá presos de la crisis de conciencia causada por la traición a su hija, de lo que Valeria se aprovechaba sin miramiento alguno, sin lamentos pues su vida había cambiado de rumbo por la exclusiva culpa de esos seres que había amado más de lo necesario, o al menos como ahora pensaba entre lágrimas que no cesaban de caer; de forma inmerecida.

El tren avanzaba entre pueblos y ciudades muertas de ese país que en algunos de sus rostros parecía más un imperio en ruinas que ese otro cuya imagen se empeñaban en dar de modernidad y futuro. Edificaciones víctimas de la decadencia de una revolución industrial que quedó atrapada en otro siglo. Un viaje en tren cuya duración era incluso superior a la del vuelo entre Valencia y ese nuevo hogar buscado por Valeria, en su huida; en su repentina salida de ese mundo del que se sentía tan cómoda y orgullosa, en aquellas reflexiones el día de su puesta de largo en la Universidad.

Con apenas veintiún años cumplidos el mundo se le había demolido. Sabía de otras amigas que en lugar de buscar el confort de estudiar cerca de casa se habían marchado a otras ciudades e incluso al extranjero. Para Valeria ese no era el mundo en el que quería vivir, no era eso con lo que había soñado. Persona muy apegada a su familia y a sus cosas se le hundió todo aquello que quería cuando cayó en lo que creía, y todo se vino abajo, como lo hacen de golpe las fichas del domino. El golpe y luego una tras la otra hasta que todo ese fichero yace tumbado sobre el suelo. Así se encontraba Valeria, entre su nariz y el frio del mármol por donde pasaba, del calor de su vida rosa al del frío de la soledad. Truncada su brillante vida universitaria que apenas había saboreado durante un curso, si pudo demostrar que cuando quería podía y su expediente en tan solo unos meses ya era valorado por profesores y compañeros. Nadie lo entendió, salvo sus padres y sus amigos más próximos, Valeria no era persona de traiciones. Valeria no era mujer de infidelidades. Valeria se había hecho de la lealtad y se había conjugado a base de amor. Cuando todo tu mundo se hunde, tan solo cabe huir sin mirar hacia atrás, sin pestañear e intentar vivir en otros mundos o tal vez dejarte morir en ese mundo que ya no existe, del que fue despojada por tal vez el egoísmo, la inseguridad o la falta de amor de aquellos que mas quería en el mundo y aunque no era odio lo que sentía, si era el resentimiento el que la dominaba en esos momentos los cimientos de su vida. Valeria siempre se había presentado como una mujer de básicos. Una mujer de camiseta de algodón y vaqueros lavados. No precisaba mas para vestir al igual que su alma no necesitaba adornos verbales para saber lo que la emocionaba y que era lo que sus instintos buscaban para sobrevivir.

El tren se acercaba cada vez más a su destino de la Tottenham Hale Station, allí tomaría el metro hasta su casa, o mejor dicho su habitación con vistas compartida con cinco personas más en las proximidades de Hyde  Park. En ese barrio tan conocido y que parecía pertenecer a otra ciudad llamado Notting Hill. La casa se la había buscado su padre a través de Aitana, una amiga suya del Twitter, esa red social que tanto le gustaba y que vivía en esa ciudad. Aitana ante la llamada de éste con desesperación, le encontró una casa de color blanco rosáceo en el corazón de ese barrio próximo a Portobello Road donde los domingos ponen ese mercadito tan romántico por la película de su mismo nombre. Tenía que bajar del tren en Totteham y coger el metro hasta Nottin Hill, Gate Station.

Valeria seguía con su mejilla pegada a la ventanilla del tren, mezclando sus lágrimas con la lluvia, abandonada por su mundo y acogida por otra donde la madurez tuvo que ir aprendiéndola a golpe de cuchillo en el restaurante donde trabaja, El Santander; otro enchufe de su padre de sus clientes de hostelería que la habían recomendado para el trabajo de pelar verduras, limpiar pescado y preparar carnes de todo tipo a pesar de su veganismo cada vez mas radical. Se negaba a comer nada que tuviera padres, obsesión que se incrementó por los sucesos que hacía pocos meses habían cambiado su vida y la habían trasladado del rosa de su habitación a las florecillas llenas de polvo y de la moqueta que cubría las paredes de su nueva habitación. Una habitación con vistas, pero no al mar, sino a Hyde Park.

Repasaba cada detalle para impedir que las lágrimas se convirtieran en lloros y quedar en evidencia ante todo el tren, pero por más que lo intentaba, Valeria no podía soportar su propia existencia, no había terminado nada desde su puesta de mayor y ya estaba pelando patatas como único destino que en ese presente le esperaba.

Valeria no solo sentía lástima por el cambio de rumbo de su vida,  le lloraba la vida con las lágrimas del alma, le crujía hasta lo mas profundo de su corazón. En cada una de las habitaciones de su pecho, había pasado un huracán cuando tan solo estaban construidas para las brisas del mar. Valeria se sentía morir a sus escasos 21 años de edad, en ese tren que le trasladaba del Aeropuerto hasta una casa de un lugar donde nunca había pensado vivir, donde no se encontraban esos seres que la habían sustentado la vida emocional y materialmente. Valeria estaba sola. Valeria había perdido la vida en aquel rincón de aquel día en el que por una casualidad supo que sus padres se iban a separar.

Valeria dejo de lagrimar y se puso a llorar, cubriendo toda su cara de negro. Chorros oscuros que bajaban desde sus ojos hasta su boca sin ganas de limpiarse; sin ganas de vivir cuando el tren paro y las puertas se abrieron en la estación Londinense de Tottenham Hale.




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