domingo, 22 de julio de 2012


EL CONDADO DE MUDELA. CAPITULO XVIII

Paca envuelta en sus pensamientos que la llevaban a los límites del limbo, conforme pasaba el tiempo estaba siendo cada vez mas presa de las fuerzas de la naturaleza. Los cristales empezaban a romperse por el golpe de las piedras de hielo que caían del cielo, las ventanas se abrían y cerraban dando golpes sin cesar, y también estaba el fuego, alimentado por los árboles del Condado y las cepas de los viñedos, en el exterior todo era destrucción y desolación, el fin del mundo parecía cada vez mas cerca.

Tal vez no fuera el fin del mundo, pero si se acercaba el fin de su vida. Paca así lo sentía, El Condado anegado y quemado, y su vida marchita, seca, vacía con cada vez menos energía, tan solo su pasado, sus pensamientos y su mirada fijada sobre el resplandor del vidrio roto de la ventana. Miraba sin parpadear, se veía reflejada, su cara, su rostro y una leve sonrisa bañada por una comisura de goteo de lágrimas de sus ojos, no de tristeza, de añoranza, de alegría. Junto a su imagen distorsionada por el movimiento de las llamas de la vela, pudo apreciar una imagen angelical, era Margarita mirándola, sus ojos clavados sobre su rostro. Ella postrada en la cama esperando a las ánimas y un ángel vigilante protegiéndola del mal. Estaba allí con su melena rubia, con su vestido blanco y su tez morena, la miraba, la llamaba, le daba confianza, estaba allí, la protegería en el tránsito  en el que el alma original se libera del cuerpo. Sonreía, no tenía miedo, se sentía protegida, su amiga, su amada, su compañera, su extrañeza desde que hacía unos pocos días la dejo abandonada, cuando su espíritu se alzo de sus carnes para liberarse de la vida en la tierra.

Lo cierto es que Paca durante su vida siempre estuvo sola, no dependió de nadie ni de nada, ninguna atadura por las pérdidas, tampoco le habían dado amor ni presencia como para añorar a nadie, tan solo a Pili su fiel compañera durante tantos años, aunque justo en el momento de su pérdida, la llegada de Margarita ocupó esa ausencia. Su soledad había sido rica en silencio a pesar de tantos sucesos trágicos que le había tocado vivir, pero siempre se tuvo a ella, su imaginación, sus paseos, sus reflexiones. Paca durante su vida había llenado con su brillo, con su esplendor, todo el espacio que le rodeaba, a ella y a los demás. Pero ahora esa soledad vivida e incluso buscada, se había convertido en desolación, la pérdida de su amiga, su amante y compañera; la única persona que le había dado el amor del que todos estamos sedientos si no lo encontramos. Ella durante un tiempo lo había tenido con Benito, pero duro poco, y su pérdida, un día de vendimia arrollado por un carro cargado del fruto de la vid, no le desoló, tan solo la entristeció por la decepción. La desolación llegó tan solo unos días atrás cuando Fernanda se encontró al cuerpo de Margarita sin aire, sin vida, solo su cuerpo, porque su espíritu, su energía vital, no había desaparecido, tan solo se había transformado en un ángel blanco, que en ese momento, la seguía protegiendo y cuidando, observándola desde la ventana.

Desde que el Señor Conde anunció su legado, desde que Don Bernardo de Mudela informó a todo el Condado y a las autoridades de su legado, de su sucesora en el  título, de los grandes del Reino de España, a su hija Francisca, su vida cambió, todos bajaban sus cabezas a su paso, nadie se atrevía a juzgarla en su presencia ni en su ausencia ni a ella ni a su compañera Margarita con la que siguió conviviendo en su casa, sin Benito, que desde ese momento cambió de aposentos y fue a vivir como un siervo a mas con el resto de sirvientes del Condado. Ella y Margarita solas, respetadas y veneradas.

Fueron años intensos, vitales, vividos. Cabalgando a caballo, bañándose en las lagunas, disfrutando cada una de las vendimias, comiendo uvas junto al fuego, con un trozo de queso, pues como decía Margarita: “las uvas con queso, saben a beso. El esplendor radiante de ambas lo inundaron cada uno de los rincones del Condado, hasta el último límite de sus confines.  Fueron años de máxima prosperidad, la naturaleza le acompañaba, todo era fértil y de los ojos tristes de sus habitantes, apareció la alegría. Organizaba verbenas, bailes, fiestas por cualquier motivo. Ella como nadie sabía que cada uno de nosotros somos capaces de transmitir la felicidad, de regalarla y contagiarla, y que ese acto generoso tienes sus frutos, y así ocurrió, El Condado cada vez era mas rico y próspero.

Su padre, el Señor Conde, desde el día que anunció su legado, se encerró en el caserón, poco se le veía, algunas veces en paseos nocturnos cuando los habitantes dormían, tan solo sus sirvientes y Paca, que decidió no solo ser la heredera del preciado título nobiliario que la convertiría en una de las Grandes de España, sino también decidió ser su hija y comportarse como tal, como Francisca de Mudela.

El Conde envejeció con gran rapidez, cada año que pasaba, para él eran décadas, poco a poco se fue apagando, las faltas de ganas de vivir, su vida carente de amor y quemada por la violencia y la sangre, habían hecho mella en su cuerpo que cada vez se apagaba mas. Tan solo le alegraba, le daba ciertas ganas de vivir, la presencia vital de Paca. Le leía libros por las tardes hasta el anochecer, hasta que llegaba la cena, el sentado en la mecedora ensimismado con su mirada fija en la ventana contemplando sus tierras. En ocasiones, no sin cierta oposición del Señor, lo cogía del brazo y le obligaba a dar algún paseo por el caserón y sus patios, le daba aliento, le daba la vida que nunca había tenido, un poco de amor, tal vez cariño, un poco de ternura tan ausente en su vida.

Algún murmullo circulaba por El Condado. El agradecimiento interesado  por el Legado recibido, pero pronto callaron. Los ojos de Paca siempre habían sido muy expresivos y sinceros, y las gentes callaron, por que el cariño a la sucesora cada vez era mayor entre las gentes del Condado y de los pueblos que pertenecían a su mandato.

Una tarde de otoño durante la lectura diaria,  Paca se sintió observada, entonces alzo sus ojos del libro para mirar a su padre ausente durante tantos años, la estaba mirando con ojos de felicidad, una pequeña sonrisa, una mirada cómplice, un soplo de cariño que le llegó hasta lo mas profundo de su corazón, y de repente, esos ojos fueron tapados por sus párpados, un último suspiro y el peso de su cabeza cayó sobre sus hombros. Paca se levantó, se acercó a él y comprobó que no respiraba, que su padre se había ido, que el Señor Conde de Mudela les había dejado. Lo abrazó y lloro, durante un buen rato se mantuvo junto a él hasta que llegó el momento de dar la noticia. Salió del caserón y ordeno a Benito que convocara a todos en la puerta del Caserón, allí firme, junto a Margarita, aunque guardando una distancia apropiada al momento, anunció a todos la muerte de Don Bernardo de Mudela y ordenó convocar a todos los habitantes de los pueblos aledaños y a los del Condado para preparar el sepelio durante tres días de duelo.

Así sucedió, un constante  paso de gentes por la estancia donde se hallaba el féretro, todos pasaban ya con la cabeza baja daban su última despedida a Don Bernardo. Fue deseo de Paca que ese último acto fuera un gran homenaje a aquel hombre, que gobernó esas tierras durante años y que además fue la semilla de su existencia.

También llegaron muchas gentes de otros pueblos, otras provincias y de la capital. Toda la nobleza del Reino de España acudió al funeral e incluso Ministros del Gobierno y el asistente personal del Rey.

No solo se celebró el funeral, sino que tras éste, el representante del Rey en persona, con todos los honores, teniendo presente la escritura firmada por El Conde, nombró a Paca en el título, no sería nunca mas Paca la Jara, desde ese momento se le  nombró como,  Su Excelentísima Condesa de Mudela. Una vez hechos todos los honores, con Margarita cerca pero a cierta distancia cruzándose las miradas, La Condesa se saltó todos los protocolos yen  un acto impulsivo se dirigió a todos los presentes, con estas palabras:

Exceléntisimos miembros de la nobleza, Grandes de España, Señor delegado de Su Magestad el Rey, sirvientes y habitantes de El Condado, a todos les dirijo estas palabras para resaltar el gran pesar que sufro por la muerte de mi padre, un gran señor, que ha llevado el título de este Condado con honor y sabiduría. A todos les manifiesto, que seguiré sus pasos, que honrare este titulo, sus tierras y sus gentes, pero que nunca olviden, sus obligaciones y deberes, porque este legado me obliga y a él me debo, respetarlo y si no es así no dudaré en castigar cualquier acto contrario a la Nobleza de El Condado de Mudela, así lo ordeno y lo haré cumplir·

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