viernes, 2 de diciembre de 2016

EL CONDADO DE MUDELA. CAPÍTULO XII

Fermín el encargado de las caballerizas y los establos le enseñó a montar. Cuando cogió las riendas aquella noche delante del Conde, Paca quedó petrificada, no esperaba su encuentro, menos ese maravilloso animal de regalo y que le llamara “hija”, eso la dejó aturdida, no pensó en ese momento que fuera verdad. Seguro que se trataba de una expresión, pero ya tenía dieciocho años y esa era mas una forma de hablar a las niñas pequeñas. Sin embargo no lo creyó, ni lo pensó, pero como un mal sueño quedo en su cabeza, lo tenía dentro, no salía pero por el momento no pensaba decírselo a nadie, solo tendría que hablar del regalo, difícil de esconder esa blanca yegua que mas que un animal parecía un ángel.


Su abuela Fidela le comentó que el Conde era un hombre generoso, que aunque parecía lo contrario algo de bondad existía en esa persona y que ella para Él era especial, no sabía porqué, tal vez de nuevo serían las supersticiones por el color de su pelo; y sino porqué iba a ser. Es verdad que la defendió frente a sus hermanos, pero nunca pensó que por algo especial simplemente por ayuda humana, nunca se sintió especial ante el Conde, pero aquel regalo la dejó aturdida, mucha generosidad de su parte; y nada pensó,  tan solo muchísimas gracias.


No pasó ni un día y su abuela le llevo a las caballerizas y Fermín se puso manos a la obra, le enseñó a sujetar las riendas, a montar; primero a paso lento, andando, luego a trote y pasados pocos días a galope, no le resultó difícil, es mas parecía toda una amazona, cabalgando con su melena roja al aire y la blancura de la yegua; al igual que la cal  cubría las casas del pueblo, como la de su amado Benito.


Gracias a Margarita sus escapadas al pueblo eran mas frecuentes, Pili no la podía seguir y la montaba con ella sobre su regazo. Cuando Benito vio ese animal le lucieron los ojos, mas aún con Paca subida sobre ella, era una imagen celestial, todo belleza.



El segundo día que fue al pueblo a lomos de Margarita, lo hizo por la mañana, era un día de primavera, el calor ya empezaba a sentirse y el campo a poblarse de amapolas; y en la puerta de la casa de su amado se encontró con su hermana, esa mujer dos años mayor que ella que era hermosa, pelo de oro, ojos azules y la piel un tanto tostada por el sol, esa mezcla la endiosaban. Cuando la vio le sonrió, la ayudó a bajar de la yegua y le contó el porque de su nombre, que era tan hermosa como ella. Margarita la hermana de Benito se emocionó correspondiéndole con un fuerte abrazo y cientos de besos sobre sus mejillas rojas. Tan feliz se sentía que le propuso una aventura, ella sabía montar y podía tomar prestada una yegua negra de una amiga. Como Benito aún se estaba recuperando de la tuberculosis, le pareció bien a ella y a su amado aunque prefería tenerla a su lado, no se opuso, es mas le gustaba ver que su amada y su hermana fueran buenas amigas. Paca algún día sería su esposa y por supuesto la aceptación familiar le importaba mucho, y feliz las animo a marchar.


Margarita solo le dijo que le siguiera. Salieron del pueblo por un camino, al principio a paso lento, le comentó que iban a un lugar especial, a unas lagunas donde el río Guadiana juega al escondite, sale y entra de la tierra formando unos lagos donde el paisaje es precioso. El lugar estaba lejos; por eso, del paso pasaron al trote y luego al galope, Margarita delante y Paca detrás de ella sin perder la estela del cabello dorado de su amiga la mujer mas guapa que había conocido. Cabalgaron durante bastante tiempo hasta que de pronto ante sus ojos se encontró con lugar paradisiaco, pequeñas lagunas, cascadas de agua y todo un campo verde y rojo poblado de amapolas. Era un sueño; era el paraíso. Paca no había salido nunca del Condado y del pueblo que lleva su nombre. Nunca había llegado tan lejos y nunca había contemplado tanta belleza, la del paisaje, la naturaleza, su yegua y su amiga Margarita, jamás había sentido tanta armonía y esa felicidad se reflejaba en su cara, roja y sudorienta de la larga cabalgada.


Ambas desmontaron a la vez, ataron los caballos a un árbol y cogidas de la mano, acaloradas, eufóricas por el cuadro que la naturaleza les ofrecía, y allí las dos, solas disfrutando de la brisa del aire, del sonido del agua, del movimiento de las ramas de los árboles, todo era perfecto, el mundo parecía parado, o tal vez Paca quería detenerlo, era feliz inmensamente gozosa. Ambas cogidas de la mano cuando de repente margarita con una mirada que nunca la había visto, entornando los ojos y entre abriendo la comisura de sus labios, la soltó y  con tan solo un movimiento, rápido, sin esperar, se despojó de todas sus ropas, quedando desnuda delante de Paca, con su pelo cubriendo sus hombros dorados, sus senos rosados, firmes y voluptuosos, su pelvis desnuda enrizada con un bello rubio y sus esbeltas piernas. Allí delante de ella cada vez mas bella, Paca ruborizada, nunca había visto una mujer desnuda, una hembra tan hermosa, parada con la mirada baja pero sin dejar de observar, cuando Margarita salió corriendo hacia una de las lagunas y todo su cuerpo cayó sobre el agua, era un ángel saltando, moviéndose ágil por el agua, la miró, Margarita a Paca y con un movimiento de un dedo le invitó a que la acompañara, a que se quitase la ropa y se sumergiera junto a ella en la laguna.


Nunca lo hubiera pensado, pero al instante, al ver el movimiento del dedo de Margarita no lo dudo, se despojo de la ropa y corrió hacia ella, salto sobre el agua y a pesar de su baja temperatura, su cuerpo hervía de placer, su cuerpo desnudo y la naturaleza, y Margarita una simbiosis jamás soñada. Jugaron con el agua, se tiraban una a otra, ambos cuerpos se unían se mezclaban con el agua y la tierra, y rieron, no paraban de reir. Salieron del lago correteando, el calor del sol apetecía y se tumbaron, una junto a la otra para calentarse con el radiante sol que lucía en el cielo. Pasaron los minutos, tal vez una hora y ambas se encontraban sumisas en un sueño, allí solas, las dos y el cielo, se sintieron reinas por un momento.


Margarita abrió sus ojos y tendida en el suelo miraba a Paca, ese cuerpo blanco con diminutas manchas rojas y su cabello también rojo como el de su pubis, el tan apreciado en determinados momentos de su vida. Margarita con un movimiento lento se acercó a Paca, cada vez mas cerca, con la respiración acelerada, le acarició el cabello. Paca sintió un impulso, un movimiento brusco de su cuerpo, la miró con sus dos ojos plenamente abiertos, Margarita acerco sus labios a los de Paca, inmóvil dejada al destino, sometida totalmente a su voluntad a los elementos y a la de Margarita. Se aproximo mas, sus labios se abrían poco a poco hasta juntarlos con los de Paca, ambas, con una delicadeza extrema, tratándose como si sus cuerpos fueran de porcelana, se sumergieron en un inmenso beso y juntaron sus cuerpos, sus manos se entrelazaban y se acariciaban, necesitaban sentir el roce de sus pieles. Margarita la dominaba y una de sus manos lentamente bajó desde su cuello acariciando cada centímetro de su cuerpo hasta que alcanzó el trofeo, ese vello que florecía entre sus piernas acariciándolo sin parar mientras Paca se dejaba, estaba poseída por un jadeo incontrolable, cuando de repente un ruido, algo se movió, ambas se soltaron y aterradas miraron hacia los caballos y allí se encontraba el último de sus hermanos, subido en Margarita, la yegua de Paca; haraposo como los demás y  el paisaje perdió  toda su belleza y  se convirtió en negro y feo, asquerosamente feo.


Margarita se levantó enfurecida sin reparar en su desnudez, se dirigió hacia ese engendro le ordenó que bajara del caballo sin que éste le hiciera el mas mínimo caso, sonreía el cerdo, le miraba de forma lujuriosa, lasciva. Paca corrió hacia sus ropas y se cubrió su cuerpo como pudo, no podía ni pensar lo que sucedería si aquel andrajoso contaba en el pueblo, en el Condado, a Benito; la escena que había visto, su cuerpo junto al de Margarita, sus gemidos de placer, empezó a gritar y a llorar llamando a Margarita, esta sin atender sus llamadas corría hacia ese ser y conforme se acercaba, tiro de la yegua y empezó alejarse, Margarita, mujer fuerte y de carácter, le siguió gritando que dejara la yegua y ese ser siguió subido en ella alejándose cada vez mas rápido. Sin pensarlo un momento Margarita subió a su caballo, la escena era aterradora y hermosa, desnuda sobre el caballo a galope y a trote, lo perseguía, aquel al ver que se aproximaba aceleró, pero no era un buen jinete, Margarita se le echaba encima.


Tras dar vueltas una tras del otro, Margarita con tan solo las riendas y el látigo se puso a su lado, aquel intentó empujarla con una patada, con la mano, pero Margarita era fuerte y estaba enrabietada. Consiguió superar la embestida de ese monstruo y lo forzó adentrarse en una de las lagunas, la mas grande la mas profunda, la mas peligrosa. Paca al otro lado seguía gritando, llorando, cuando de repente Margarita azotó con todas sus fuerzas a la yegua blanca y ésta se revolvió, saltó y mando por los aires al haraposo que cayó al agua, la yegua salió de allí y tomo tierra, pero el engendro no. No sabía nadar y el lecho del lago era fangoso, gritaba como si se lo tragase la tierra, que era lo que realmente pasaba, sus ojos se salían de sus órbitas, daba golpes sobre el agua sin conseguir mantenerse, y así, poco a poco, entre vómitos que manaban de su sucia boca, fue tragado por el lago y ya nunca mas salió.



Paca alcanzó a su yegua, la sujeto y parada junto a ella miró a Margarita, la imagen era asombrosa, desnuda y en su tez una expresión que Paca jamás olvidaría; era la imagen del poder, de la satisfacción, da la victoria; era el retrato vivo de la feminidad, del poder de la vagina; el triunfo de la hembra frente al repugnante macho. Desde aquel día los deseos de Paca cambiarían, había conocido la fuerza de la belleza; de la mujer frente a la bestia.


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