Paca envuelta en
sus pensamientos que la llevaban a los límites del limbo, conforme pasaba el
tiempo estaba siendo cada vez mas, presa de las fuerzas de la naturaleza. Los
cristales empezaban a romperse por el golpe de las piedras de hielo que caían
del cielo, las ventanas se abrían y cerraban dando golpes sin cesar, y también
estaba el fuego, alimentado por los árboles del Condado y las cepas de los
viñedos, en el exterior todo era destrucción y desolación, el fin del mundo
parecía cada vez mas cerca.
Tal vez no fuera
el fin del mundo, pero si se acercaba el fin de su vida. Paca así lo sentía, El
Condado anegado y quemado, y su vida marchita, seca, vacía con cada vez menos
energía; tan solo su pasado, sus pensamientos y su mirada fijada sobre el
resplandor del vidrio roto de la ventana. Miraba sin parpadear, se veía
reflejada, su cara, su rostro y una leve sonrisa bañada por una comisura de
goteo de lágrimas de sus ojos, no de tristeza, de añoranza, de alegría. Junto a
su imagen distorsionada por el movimiento de las llamas de la vela, pudo
apreciar una imagen angelical, era Margarita mirándola, sus ojos clavados sobre
su rostro. Ella postrada en la cama esperando a las ánimas y un ángel vigilante
protegiéndola del mal. Estaba allí con su melena rubia, con su vestido blanco y
su tez morena; la miraba, la llamaba, le daba confianza, estaba allí, la protegería
en el tránsito en donde el alma original
se libera del cuerpo. Sonreía, no tenía miedo, se sentía protegida, su amiga,
su amada, su compañera; su extrañeza desde que hacía unos pocos días la dejo
abandonada, cuando su espíritu se alzo de sus carnes para liberarse de la vida
en la tierra.
Lo cierto es que
Paca durante su vida siempre estuvo sola, no dependió de nadie ni de nada,
ninguna atadura por las pérdidas, tampoco le habían dado amor ni presencia como
para añorar a nadie, tan solo a Pili su fiel compañera durante tantos años,
aunque justo en el momento de su pérdida, la llegada de Margarita ocupó esa
ausencia. Su soledad había sido rica en silencio a pesar de tantos sucesos
trágicos que le había tocado vivir, pero siempre se tuvo a ella, su
imaginación, sus paseos, sus reflexiones. Paca durante su vida había llenado
con su brillo, con su esplendor, todo el espacio que le rodeaba, a ella y a los
demás. Pero ahora esa soledad vivida e incluso buscada, se había convertido en
desolación, la pérdida de su amiga, su amante y compañera; la única persona que
le había dado el amor del que todos estamos sedientos si no lo encontramos.
Ella durante un tiempo lo había tenido con Benito, pero duro poco, y su pérdida,
un día de vendimia arrollado por un carro cargado del fruto de la vid, no le
desoló, tan solo la entristeció por la decepción. La desolación llegó tan solo
unos días atrás cuando Fernanda se encontró al cuerpo de Margarita sin aire,
sin vida, solo su cuerpo, porque su espíritu, su energía vital, no había
desaparecido, tan solo se había transformado en un ángel blanco, que en ese
momento, la seguía protegiendo y cuidando, observándola desde la ventana.
Desde que el
Señor Conde anunció su legado, desde que Don Bernardo de Mudela informó a todo
el Condado y a las autoridades de su legado, de su sucesora en el título, de los grandes del Reino de España, a
su hija Francisca, su vida cambió, todos bajaban sus cabezas a su paso, nadie
se atrevía a juzgarla en su presencia ni en su ausencia ni a ella ni a su
compañera Margarita con la que siguió conviviendo en su casa, sin Benito, que
desde ese momento cambió de aposentos y fue a vivir como un siervo mas con el resto de sirvientes del Condado.
Ella y Margarita solas, respetadas y veneradas.
Fueron años
intensos, vitales, vividos. Cabalgando a caballo, bañándose en las lagunas,
disfrutando cada una de las vendimias, comiendo uvas junto al fuego, con un
trozo de queso, pues como decía Margarita: “las uvas con queso, saben a beso”.
El esplendor radiante de ambas inundó cada uno de los rincones del Condado,
hasta el último límite de sus confines.
Fueron años de máxima prosperidad, la naturaleza les acompañaba, todo
era fértil y de los ojos tristes de sus habitantes, apareció la alegría.
Organizaba verbenas, bailes, fiestas por cualquier motivo. Ella como nadie,
sabía que cada uno de nosotros somos capaces de transmitir la felicidad, de
regalarla y contagiarla, y que ese acto generoso tienes sus frutos, y así
ocurrió, El Condado cada vez era mas rico y próspero.
Su padre, el
Señor Conde, desde el día que anunció su legado, se encerró en el caserón, poco
se le veía, algunas veces en paseos nocturnos cuando los habitantes dormían,
tan solo sus sirvientes y Paca, que decidió no solo ser la heredera del
preciado título nobiliario que la convertiría en una de las Grandes de España,
sino también decidió ser su hija y comportarse como tal, como Francisca de
Mudela.
El Conde
envejeció con gran rapidez, cada año que pasaba, para él eran décadas, poco a
poco se fue apagando, las faltas de ganas de vivir, su vida carente de amor y
quemada por la violencia y la sangre, habían hecho mella en su cuerpo que cada
vez se apagaba mas. Tan solo le alegraba, le daba ciertas ganas de vivir, la
presencia vital de Paca. Le leía libros por las tardes hasta el anochecer,
hasta que llegaba la cena; el sentado en la mecedora ensimismado con su mirada
fija en la ventana contemplando sus tierras. En ocasiones, no sin cierta
oposición del Señor, lo cogía del brazo y le obligaba a dar algún paseo por el
caserón y sus patios, le daba aliento, le daba la vida que nunca había tenido,
un poco de amor, tal vez cariño, un poco de ternura tan ausente en su vida.
Algún murmullo
circulaba por El Condado. El agradecimiento interesado por el Legado recibido,
pero pronto callaron. Los ojos de Paca siempre habían sido muy expresivos y
sinceros, y las gentes callaron, por que el cariño a la sucesora cada vez era
mayor entre las gentes del Condado y de los pueblos que pertenecían a su
mandato.
Una tarde de otoño
durante la lectura diaria, Paca se sintió observada, entonces alzo sus ojos del
libro para mirar a su padre ausente durante tantos años, la estaba mirando con
ojos de felicidad, una pequeña sonrisa, una mirada cómplice, un soplo de cariño
que le llegó hasta lo mas profundo de su corazón, y de repente, esos ojos
fueron tapados por sus párpados, un último suspiro y el peso de su cabeza cayó
sobre sus hombros. Paca se levantó, se acercó a él y comprobó que no respiraba,
que su padre se había ido, que el Señor Conde de Mudela les había dejado. Lo
abrazó y lloro, durante un buen rato se mantuvo junto a él hasta que llegó el
momento de dar la noticia. Salió del Caserón y ordeno a Benito que convocara a
todos en la puerta, allí firme, junto a Margarita, aunque guardando una
distancia apropiada al momento, anunció a todos la muerte de Don Bernardo de
Mudela y ordenó convocar a todos los habitantes de los pueblos aledaños y a los
del Condado para preparar el sepelio durante tres días de duelo.
Así sucedió, un
constante paso de gentes por la estancia donde se hallaba el féretro, todos
pasaban ya con la cabeza baja y daban su
última despedida a Don Bernardo. Fue deseo de Paca que ese último acto fuera un
gran homenaje a aquel hombre, que gobernó esas tierras durante años y que
además fue la semilla de su existencia.
También llegaron
muchas gentes de otros pueblos, otras provincias y de la capital. Toda la
nobleza del Reino de España acudió al funeral e incluso Ministros del Gobierno
y el asistente personal del Rey.
No solo se
celebró el funeral, sino que tras éste, el representante del Rey en persona,
con todos los honores, teniendo presente la escritura firmada por El Conde,
nombró a Paca en el título. Ya no sería nunca mas Paca la Jara, desde ese
momento se le nombró como, Su
Excelentísima Condesa de Mudela. Una vez hechos todos los honores, con
Margarita cerca pero a cierta distancia cruzándose las miradas, La Condesa se
saltó todos los protocolos y en un acto impulsivo se dirigió a todos los
presentes, con estas palabras:
“Exceléntisimos miembros de la nobleza,
Grandes de España, Señor delegado de Su Magestad el Rey, sirvientes y
habitantes de El Condado; a todos les dirijo estas palabras para resaltar el
gran pesar que sufro por la muerte de mi padre, un gran señor, que ha llevado
el título de este Condado con honor y sabiduría. A todos les manifiesto, que
seguiré sus pasos, que honrare este titulo, sus tierras y sus gentes, pero que
nunca olviden, sus obligaciones y deberes, porque este legado me obliga y a él
me debo, respetarlo y si no es así no dudaré en castigar cualquier acto
contrario a la Nobleza de El Condado de Mudela, así lo ordeno y lo haré
cumplir·
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