jueves, 1 de diciembre de 2016

EL CONDADO DE MUDELA. CAPÍTULO X



Sin esfuerzo tan solo un movimiento de cabeza, bajo su mirada y buscando entre sus bolsillos Paca consiguió extraer el moquero que siempre llevaba encima para secar sus frecuentes lágrimas, lo paso por toda su cara mojada del agua  caída de sus ojos sumisa en los recuerdos.


La tormenta ya poseía todos los lindes del Condado y agarrada a sus tierras como si toda su ira quisiera soltarla sobre esas tierras, manchadas tantas veces de sangre, ahí se quedaba soltando lenguas de fuego y gruñidos que parecían partir de lo mas profundo del alma del universo. Inmune al miedo, no lo sentía, había dejado de tenerlo e incluso no temía a la muerte, pensaba que no podía ser peor que la vida, aunque sin querer y de forma espontánea una pequeña sonrisa se  le escapó, porque su pensamiento no era cierto, los malos momentos, los terroríficos sucesos habían sido muchos pero también había tenido algunos buenos, fueron pocos pero intensos. Supo durante esos años sacarles hasta el último jugo como cuando se exprime una naranja, que se aprieta mas y mas cuando de ella ya no podemos obtener nada mas que su rugosa piel, y eso había hecho en los momentos de felicidad, llegar hasta la cáscara de la dicha y de la plenitud.


El agua de la lluvia empapaba los cristales de la ventana y entre esas luces y la oscuridad de su estancia, las laminas de agua al deslizarse formaban surcos y en ellos sus ojos veían o mas bien querían ver el rostro de su amado Benito, mirándola a la cara como si se hubiera subido a una nube para dejarse caer ante ella y mirarla como la miraba cuando vivieron el amor en toda su plenitud, en cuerpo y alma. Impulsada por el corazón, pues ya no le quedaban mas fuerzas que la de ese latido constante y lento en su pecho. Consiguió a duras penas levantarse, ponerse en pié agarrarse del marco de la ventana y temblorosa como hacía años, marcar sus labios en el cristal juntándolos con esos surcos que dibujaban los labios de su amado.


Pasaron los segundos incluso los minutos y sus labios seguían pegados al cristal como si quisiera quedarse así para siempre, congelar ese momento, cuando de pronto un relámpago seguido de un trueno que retumbo en todo el caserón, la ventana de golpe, con violencia se abrió y Paca fue golpeada y tirada contra el suelo. Sus huesos cubiertos por pieles secas y viejas cayeron y una pequeña línea roja salió de una de sus cejas. Un corte y su sangre marchita manaba en poca cantidad bajando por el curso de sus arrugas hasta su ojo derecho que apenas podía abrir. Con el moquero que aún tenía en la mano, tirada en el suelo consiguió cortar el flujo de ese líquido pastoso que olía a vinagre y con un movimiento lento, sin aliento, sin fuerzas con agonía pudo poner sus rodillas en el suelo sujetándose en la mecedora y la mesa. Acerco su espalda a la ésta, se impulso con la fuerza de los últimos momentos de la vida, esa fuerza previa a la muerte y sin poderlo creer consiguió de nuevo sentarse manteniendo el moquero sobre su ceja, que ya mas que secar su sangre se había quedado pegado, encostrado entre la piel y el hueso.

Paca se encontraba sin aliento, a penas podía tomar una pizca de oxigeno, aunque poco a poco consiguió mantener la respiración y recobrar la calma sentada sobre su mecedora y mirando de nuevo por la ventana que pudo cerrar acercando con empujoncitos la mecedora hacia ésta.


Su mirada de nuevo en el infinito y sus recuerdos presentes en sus ojos. Aquél último día de la vendimia cuando regaló a Benito su virginidad, éste se marchó junto a sus padres y su hermana mayor Margarita al pueblo. El se levantó se puso sus ropas y desprendiéndose de un último beso se marchó quedando ella desnuda en su guarida junto a Pili que siempre la tenía presente incluso en los momentos de intimidad.


Pasaron varias semanas sin saber nada de su amado, los días transcurrían ayudando a su madre y a su abuela en la cocina y sus momentos de soledad junto a Pili en su espacio de intimidad. Allí recordaba una y otra vez a Benito, lo sentía en su corazón, en su alma; lo amaba con locura y no podía pasar mas tiempo sin sentir su piel, sin ser poseída por su miembro, ni sin sus labios y su corazón. Le invadían las dudas, tal vez para él tan solo había sido una aventura, pero no lo podía creer, le había salvado de las garras de su apestoso hermano y del murciano caprichoso por su vello rojo; no podía ser tan solo una aventura, un instante, un acto de placer para Benito, en sus ojos había visto el amor y eso no se puede evitar, no podía ser solo el deseo de su carne blanca lo que había movido a su amado a hacer tal gesto de valentía, tenía que ser la fuerza mas grande que existe en el universo, no  podía ser otra cosa que el amor.


Siempre pasaba desapercibida, nadie preguntaba por ella, a veces su madre o su abuela, que la conocían, sabían que le gustaba desaparecer, perderse en la soledad e intimidad de sus pensamientos. Por ello una tarde tras la comida, cuando ya se aproximaba el invierno, tomo una decisión, tenía que ver a Benito, necesitaba sentir sus labios y sobre todo, quería saber sus sentimientos. Junto con Pili, tomo el camino del pueblo le separaban a penas cinco kilómetros. Caminaba y corría, Pili daba carreras y volvía hacia ella, el corazón le latía cada vez mas rápido y con cada golpe de su pecho, aumentaba su paso.  Después de andar y correr un buen rato salió del Condado y tomo el camino hacia el pueblo. Hacía frío pero ella no lo sentía, cada vez andaba mas veloz y cada vez le latía mas fuerte su corazón cuando de repente se encontró a la entrada del pueblo, se coló por una de sus calles, no había nadie, no sabía donde ir, no conocía su casa ni donde se encontraba, eso no lo había pensado, como no se le había ocurrido, miraba a un lado y a otro, veía a nadie, tan solo en alguna ocasión algún pueblerino con boina y pelliza para cobijarse del frío, con cejas tan pobladas que apenas se distinguía una de la otra.


No sabía que hacer, se encontraba entre asustada y decepcionada; como podía haberse atrevido a ir sin saber donde vivía, donde lo podía encontrar. Pili la miraba moviendo el rabo y también miraba a un lado y a otro, como si supiera a quien buscaba su dueña. Siguió andando por una de las calles y de pronto llegó a una plaza rodeada de soportales, una iglesia con erguida torre rodeada de campanas. La oscuridad de la noche ya se había apoderado de aquel pueblo y allí si encontró mas movimientos, unos cuantos hombre que se dirigían a una puerta y entraban unos y salían otros; despacio temerosa se acercó a ese lugar, era lo único que podía hacer y  tal vez podría encontrarse con su amado o con su padre que bien la conocía. Se aproximó, sin pensarlo dos veces empujó esa puerta y de repente abrió totalmente los ojos, allí solo había hombres, diez o doce, unos sentados en unos bancos de madera tras una mesa y otros en un mostrador, era la taberna del pueblo. Al abrir la puerta todos esos ojos se dirigieron hacia ella, se le quedaron mirando y el silencio se apoderó del lugar. Pasaron unos minutos, para Paca fueron horas y no vio ninguna cara conocida entre esos hombres, el silencio desapareció y una vez pasada la sorpresa siguieron hablando, liando cigarros y sobre todo bebiendo de porrones y grandes frascas de vino rojo.


A penas si se le pudo oír, pero de Paca salieron unas palabras - ¿saben donde vive Benito, el chico de pelo claro y Margarita?- lo dijo con voz temblorosa pero segura de obtener una respuesta, pocos en el pueblo eran rubios y pocas de las mujeres de la localidad podían ser tan guapas como Margarita, seguro que los conocerían. De repente, de nuevo el silencio y una voz desde el fondo de la taberna se oyó, sus ojos se encharcaron de sangre, su rostro de terror, Pili bajo el rabo y se escondió entre sus piernas, era su hermano mayor, otro de los apestosos y sarnosos de sus hermanos, éste le dijo – Jara ven paca- ella no podía moverse, -venga ven Jara- los hombres empezaron a reírse de ella, todos se sumaron en un jolgorio, no lo entendía, no sabía porque se burlaban de ella, todos decía –mirar es la jara- , de repente uno de ellos la cogió  en volandas no sin intentar escapar pero con poco resultado, estaba paralizada, mientras tanto Pili la seguía pero no ladraba, recordaba la vez que sufrió la patada que dio con su huesos en la pared. La subió sobre una de las mesas y su hermano se acercó con una frasca de vino, -Jara no quieres probarlo-, ella cerró su boca, -venga Jara bebe- gritaban todos. Cogiéndola de sus mandíbulas le abrieron la boca y su borracho hermano que apenas se mantenía en pié, le vertió el contenido de la frasca por la boca, Paca se ahogaba, no podía tragar aquel avinagrado vino, nunca lo había probado. Empapada del color del zumo de la uva y sujeta por los hombres que no paraban de reír, su hermano la abofeteaba por su resistencia a beber. Paca no dejaba de llorar y de gritar, pero aquellos reían y reían, su hermano le metió la frasca por la boca haciéndola vomitar, escupir todo aquel liquido sobre el desarrapado, éste entre que se encontraba ebrio y su violencia innata, se quitó el cinto y empezó a castigar a Paca que ya no podía resistirse.



En un instante, sin que hubiera mediado palabra, de repente, un hombre que no sabía de donde había salido, cogió uno de los bancos de madera y con todas sus fuerzas la estampo contra la cabeza del pordiosero. Sus ojos se quedaron fijos, mirándola, de su cabeza empezó a brotar chorros de sangre, se le había abierto, los sesos huían de su cráneo y salieron a presión cayendo trozos de pasta blanca que mancho a todos los que la sujetaban. Cayó al suelo fulminado, con la cabeza abierta  todos los hombres que la sujetaban soltaron a Paca, la dejaron caer sobre la mesa y de ahí al suelo, se levantó y miró, era el padre de Benito, que con voz alta dijo: -sacar este cerdo de aquí y sin palabras, todos sois responsables-, nadie le reprocho nada, se abrió la puerta y como un ángel vio a su amado, entro, la cogió en brazos, Pili moviendo el rabo entre sus piernas y la sacó de allí, sin palabras corrió y la llevó a su casa. Margarita la abrazó y también su madre, y entre las dos la cambiaron la ropa empapada de vino y le pusieron otras limpias con olor a jazmín. Ya arreglada y fuera de peligro, Benito se le acercó y sin importarle la presencia de su hermana y de su madre, junto sus labios con los de Paca y se dejaron llevar por un largo y caluroso beso. Sus dudas habían desaparecido, ya estaba segura, Benito amaba a Paca.


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