viernes, 2 de diciembre de 2016

EL CONDADO DE MUDELA. CAPÍTULO XIII


Pronto llegaría Fernanda para llevarla a la cama, aunque tal vez tardaría mas de lo normal, la tormenta no pasaba, es mas sus gruñidos eran cada vez mas salvajes y prácticamente la oscuridad se había apoderado del Condado, solo se iluminaba con cada lengua de luz que caía del cielo; relámpagos, rayos y una lluvia violenta que golpeaba cada vez con mas fuerza los cristales de la ventana. Paca miraba hacia la oscuridad, no se veía nada, tan solo su rostro desfigurado y seco reflejado en el espejo. Tal vez se miraba, se observaba y en esa imagen veía pasar cada momento de su vida, una existencia cruel pero con momentos intensos. Su vida contaba con episodios de felicidad, pero muchos mas de tristeza y soledad, como la que le invadía en este momento, sola delante de la ventana, el caserón vacío de seres vivos y copado de almas andantes que circulaban a su alrededor, que se acercaban; entraban y salían esperándola a que muy pronto la tuvieran de compañera.


El caserón crujía con cada grito que llegaba desde las entrañas del cielo. Tantas puertas, rincones; cada uno de ellos pasaban por su cabeza y temblaba, era el miedo a ser aspirada por los demonios, a ser devorada por esa casa que tantos secretos escondía. La puerta de la habitación se abría y cerraba cada vez con mas fuerza, Fernanda no la había cerrado y un aire frío penetraba por sus carnes alcanzando sus frágiles y podridos huesos. Temblaba de frío y de miedo, ese reflejo de su rostro en el cristal la asustaba. Estaba vieja y consumida, como había pasado el tiempo se preguntaba, con lo hermosa que había sido de joven; su melena roja, sus carnes blancas y duras, sus senos florecientes y cadera firme. Había sido una mujer guapa, muy guapa, aunque ahora, desprendiéndose un tanto de ese miedo le surgió una sonrisa, que también se reflejo en el cristal. Había sido guapa, pero no tanto como Margarita, ella era una diosa, y recordaba su cuerpo aquel día en las lagunas, y sonreía nunca mas la volvió a tener tan cercar, nunca mas volvieron a unir sus pieles, salvo algún beso escapado en alguna ocasión, fruto mas de la pillería de Margarita que de cualquier otro deseo, ella fue su mejor amiga; mejor dicho, su única amiga  la que a veces conseguía sacarle los nervios, fue una mujer libre, coqueta, insinuante; una mujer muy diferente a las del resto del pueblo del Condado, siempre vestidas de negro, y sin embargo ella, el blanco era su ropaje y su melena de oro la coronaba como a una reina.


Aquel día en las lagunas, Margarita le hizo prometer que nunca ese secreto saldría de ninguna de las dos, que no contarían a nadie que habían matado a su hermano. Como prueba de ello, Margarita bajo del caballo, se puso su vestido blanco y con un espino  se pincho en uno de sus dedos; la sangre le empezó a brotar, una sangre de un rojo intenso, tomo la mano de ella pinchándole en uno de sus dedos, ambas juntaron sus sangres, Margarita le dijo que ese era el sello de esa promesa y de su unión eterna mas allá de cualquier suceso que pudiera ocurrir; y así fue, nunca se delataron y su amistad duro hasta hacía unos cuantos días, a penas una semana, en la que ellas dos, viejas y marchitas habían compartido sus vidas. A penas siete días que Paca realmente se encontraba sola y desde entonces sin ganas de vivir, esperando la muerte allí sentada frente a la ventana. Tan solo hacía unos pocos días que Fernanda cuando se disponía a preparar el desayuno entro en la habitación de Margarita y se la encontró tumbada en la cama, sin respirar y con los ojos cerrados; al parecer había tenido una muerte dulce y sin dolor. Estaba sana mucho mas que ella pero su gran corazón, un enorme que se escondía en su pecho, dejó de latir, de pronto, sin previo aviso, y Paca tan solo en siete días, había perdido lo único que la mantenía con vida, su amiga y compañera Margarita.


Regresaron al pueblo y ambas entraron a la casa, allí se encontraba Benito esperándolas, ambos se dieron un largo y calido beso. Su amado se encontraba totalmente recuperado y preguntó como lo habían pasado, ambas a la vez contestaron que muy bien, que habían ido a las lagunas y que era un lugar precioso, que habían cogido flores habían visto muchos animales salvajes, incluso dándole a la imaginación que se les había acercado algún lobo y que habían pasado miedo. Benito se reía y era feliz, tan feliz que sin esperarlo, sin que Paca ni Margarita tuvieran ni idea del deseo de Benito, que de repente, se puso serio, cayó a los pies de Paca y cogiéndola de las manos, tembloroso y con lágrimas en sus ojos, la miró fijamente y le pidió que fuese su esposa. Amaba locamente a Benito pero la cogió por sorpresa, no pronunció ni una palabra en varios minutos, Margarita quedó inmóvil, petrificada, su hermano le solía contar todo y no tenía ni la mas remota idea aunque siempre pensó que ese momento llegaría, conocía a su hermano y estaba deseoso de formar una familia de unirse de por vida con Paca, su corazón era de ella, la amaba con locura. Pasaron unos minutos, Benito cada vez mas pálido ante el silencio de Paca y Margarita sin mover ni un músculo de su cuerpo, esperaba junto a la mesa petrificada a punto de caer con la impactante noticia. Benito empezó a soltar las manos de Paca, no salía ni una sola palabra de su boca ni un gesto de aceptación, ni un solo indicio de una respuesta, cuando prácticamente sus manos ya se habían separado y Benito carcomido por la angustia de una esperada negativa, de pronto con voz firme y serena, Paca le dijo: acepto ser tu esposa amado mío.


Del silencio se paso a la risa, a la alegría, Margarita se acercó y los abrazó a los dos besando a uno y a otro, era una mujer muy besucona, no perdía oportunidad para besar, era su forma de dar el corazón, ese tan enorme que hacía siete días dejo de funcionar. Era momento de celebración y lloraban los tres de felicidad. Paca y Benito por su amor y Margarita porque los quería a los dos y sabía que serían felices y ella también junto a ellos, quedaría unidos los tres. Benito sacó una frasca de vino para celebrarlo y los tres acabaron con ella, el alcohol se le subió a la cabeza de Paca, menos acostumbrada a beber que la gente del pueblo y perdiendo todo pudor, se subió a la mesa y se puso a cantar y a bailar, mientras Benito y su hermana se abrazaban y reían de felicidad.


Como Paca no estaba en condiciones de ir al condado con la yegua, Benito se ofreció a acompañarla y así decir juntos la buena noticia a las gentes del Condado. Margarita les hubiera acompañado, deseaba estar con ellos y disfrutar del momento en que dieran la buena noticia, se avecinaba una boda, pero se quedó, sabía que era un momento para la intimidad, un momento único en sus vidas que debían compartirlo ellos solos.


Caminaron ambos hasta el condado cogidos de la mano y al otro lado la yegua cogida de las riendas por Benito y Pili encima de ella, se estaba haciendo mayor. No se dirigieron a penas palabra alguna, tan solo se miraban con ojos de enamorados, con esa complicidad que se tiene cuando el amor es compartido, cuando los corazones por el milagro de la vida se unen, dos personas la una en la otra formando un único ente llamado amor. Así como uno, llegaron al Condado, dejaron a la yegua en la cuadra y pasaron a la casa del servicio. Allí se encontraban a la mesa cenando, su madre, su abuela y los demás siervos del Señor Conde. Entraron, se quedaron mirando, nadie dijo nada, su madre la miraba extrañada, no era frecuente la presencia de Benito en el Condado salvo en época de vendimia y su abuela Fidela maltrecha por la enfermedad pasada, la miró de una forma especial, parecía que le podía leer el pensamiento y se le desprendió una sonrisa. Ella y su abuela tenían un lenguaje especial, una confianza la una en la otra que no tenía con su madre, una mujer de pocos sentimientos y abatida por tantas pérdidas, su marido tres de sus hijos, no sabía nada del destino del cuarto de ellos, y de repente, como al parecer nadie pensaba preguntar nada, Benito tomo la iniciativa y dirigiéndose a Saturia, la madre de Paca, le pidió la mano de su hija, que se la entregara en matrimonio. Esta perpleja por la noticia pero sin sentir una emoción especial, le dio su bendición y le entregaba a su hija.



De nuevo el vino empezó a correr, los demás sirvientes se levantaron y los abrazaron y dieron la mano en señal de felicidad a uno y a otro, se monto un fuerte jolgorio, cantaron y bailaron; y bebieron, bebieron mucho. Todos eran felices, unos mas emotivos que otros pero hasta Saturia se hizo unos cuantos cazos de vino de la frasca y se le habían subido los colores a las mejillas arrugadas marcadas por el paso del tiempo, la vida en el campo y el sufrimiento. Era un día especial y por primera vez, como recordaba Paca, su madre sonrió y fue feliz, cierto que el vino ayudó bastante en ese gozo.


Pasados unos días y su madre, su abuela y Benito pensaron que la fecha de la boda debían consultarla con el Señor Conde y obtener su aprobación. Su madre y su abuela mas que ellos, era el Conde y también el padre de su hija bastarda. Todos estuvieron de acuerdo, entonces su madre les preguntó si habían visto a “Potaje”; apodo  de su  último hermano que todos pensaban vivo y que se lo pusieron por sus ansias por la comida y por su cuerpo redondo embullado en grasa. Paca dijo que no sabía nada, que hacía días que no le veía y que tampoco le preocupaba mucho, tampoco a su madre, pero era su hijo y debería saber del despose de su única hermana. Su madre preguntó por el Condado y nadie le dio respuestas, había desaparecido, nadie sabía nada, tampoco le preocupó mucho, tal vez había tenido la suerte de que se hubiera marchado lejos y no volviera jamás, por lo que tras algunas preguntas sin respuestas la ausencia de “Potaje” no importó mucho a nadie.



El día siguiente lo habían elegido para dar la noticia al Señor Conde. Benito llegó al Condado y los tres, Saturia, Paca y Benito se dirigieron al Caserón, siempre era un momento tenso entrar en esa casa para ser recibidos por D. Bernardo. Este les recibió en su habitación de trabajo, y allí los tres en pié delante de la mesa del Conde, éste sentado tras ellas fumando un generoso puro traído directamente de Cuba tras la guerra. Fue Benito quien tomo la iniciativa y dio la noticia al Señor Conde, este sin dar ninguna muestra de sorpresa, consintió en el casamiento; mas aún se ofreció como padrino de la novia y que se haría cargo de todos los gastos. Paca se quedo sorprendida, no por los gastos, que Benito ya se encargo de agradecer, sino por el hecho de ser la persona que le llevara al Altar. A la vista de la expresión de sorpresa y extrañeza de Paca, El Conde se levanto de la silla, tiro el puro al suelo, tomo las manos de Paca y le dio: -hace tiempo que debías saberlo, Jara yo soy tu padre y yo te llevaré al Altar-.



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