Pronto
llegaría Fernanda para llevarla a la cama, aunque tal vez tardaría mas de lo
normal, la tormenta no pasaba, es mas sus gruñidos eran cada vez mas salvajes y
prácticamente la oscuridad se había apoderado del Condado, solo se iluminaba
con cada lengua de luz que caía del cielo; relámpagos, rayos y una lluvia
violenta que golpeaba cada vez con mas fuerza los cristales de la ventana. Paca
miraba hacia la oscuridad, no se veía nada, tan solo su rostro desfigurado y seco
reflejado en el espejo. Tal vez se miraba, se observaba y en esa imagen veía
pasar cada momento de su vida, una existencia cruel pero con momentos intensos.
Su vida contaba con episodios de felicidad, pero muchos mas de tristeza y
soledad, como la que le invadía en este momento, sola delante de la ventana, el
caserón vacío de seres vivos y copado de almas andantes que circulaban a su
alrededor, que se acercaban; entraban y salían esperándola a que muy pronto la
tuvieran de compañera.
El
caserón crujía con cada grito que llegaba desde las entrañas del cielo. Tantas
puertas, rincones; cada uno de ellos pasaban por su cabeza y temblaba, era el
miedo a ser aspirada por los demonios, a ser devorada por esa casa que tantos
secretos escondía. La puerta de la habitación se abría y cerraba cada vez con
mas fuerza, Fernanda no la había cerrado y un aire frío penetraba por sus
carnes alcanzando sus frágiles y podridos huesos. Temblaba de frío y de miedo,
ese reflejo de su rostro en el cristal la asustaba. Estaba vieja y consumida,
como había pasado el tiempo se preguntaba, con lo hermosa que había sido de
joven; su melena roja, sus carnes blancas y duras, sus senos florecientes y
cadera firme. Había sido una mujer guapa, muy guapa, aunque ahora,
desprendiéndose un tanto de ese miedo le surgió una sonrisa, que también se
reflejo en el cristal. Había sido guapa, pero no tanto como Margarita, ella era
una diosa, y recordaba su cuerpo aquel día en las lagunas, y sonreía nunca mas
la volvió a tener tan cercar, nunca mas volvieron a unir sus pieles, salvo
algún beso escapado en alguna ocasión, fruto mas de la pillería de Margarita
que de cualquier otro deseo, ella fue su mejor amiga; mejor dicho, su única
amiga la que a veces conseguía sacarle
los nervios, fue una mujer libre, coqueta, insinuante; una mujer muy diferente
a las del resto del pueblo del Condado, siempre vestidas de negro, y sin
embargo ella, el blanco era su ropaje y su melena de oro la coronaba como a una
reina.
Aquel
día en las lagunas, Margarita le hizo prometer que nunca ese secreto saldría de
ninguna de las dos, que no contarían a nadie que habían matado a su hermano.
Como prueba de ello, Margarita bajo del caballo, se puso su vestido blanco y
con un espino se pincho en uno de sus
dedos; la sangre le empezó a brotar, una sangre de un rojo intenso, tomo la
mano de ella pinchándole en uno de sus dedos, ambas juntaron sus sangres,
Margarita le dijo que ese era el sello de esa promesa y de su unión eterna mas
allá de cualquier suceso que pudiera ocurrir; y así fue, nunca se delataron y
su amistad duro hasta hacía unos cuantos días, a penas una semana, en la que
ellas dos, viejas y marchitas habían compartido sus vidas. A penas siete días
que Paca realmente se encontraba sola y desde entonces sin ganas de vivir,
esperando la muerte allí sentada frente a la ventana. Tan solo hacía unos pocos
días que Fernanda cuando se disponía a preparar el desayuno entro en la
habitación de Margarita y se la encontró tumbada en la cama, sin respirar y con
los ojos cerrados; al parecer había tenido una muerte dulce y sin dolor. Estaba
sana mucho mas que ella pero su gran corazón, un enorme que se escondía en su
pecho, dejó de latir, de pronto, sin previo aviso, y Paca tan solo en siete
días, había perdido lo único que la mantenía con vida, su amiga y compañera
Margarita.
Regresaron
al pueblo y ambas entraron a la casa, allí se encontraba Benito esperándolas, ambos
se dieron un largo y calido beso. Su amado se encontraba totalmente recuperado
y preguntó como lo habían pasado, ambas a la vez contestaron que muy bien, que
habían ido a las lagunas y que era un lugar precioso, que habían cogido flores
habían visto muchos animales salvajes, incluso dándole a la imaginación que se
les había acercado algún lobo y que habían pasado miedo. Benito se reía y era
feliz, tan feliz que sin esperarlo, sin que Paca ni Margarita tuvieran ni idea
del deseo de Benito, que de repente, se puso serio, cayó a los pies de Paca y
cogiéndola de las manos, tembloroso y con lágrimas en sus ojos, la miró fijamente
y le pidió que fuese su esposa. Amaba locamente a Benito pero la cogió por
sorpresa, no pronunció ni una palabra en varios minutos, Margarita quedó
inmóvil, petrificada, su hermano le solía contar todo y no tenía ni la mas
remota idea aunque siempre pensó que ese momento llegaría, conocía a su hermano
y estaba deseoso de formar una familia de unirse de por vida con Paca, su
corazón era de ella, la amaba con locura. Pasaron unos minutos, Benito cada vez
mas pálido ante el silencio de Paca y Margarita sin mover ni un músculo de su
cuerpo, esperaba junto a la mesa petrificada a punto de caer con la impactante
noticia. Benito empezó a soltar las manos de Paca, no salía ni una sola palabra
de su boca ni un gesto de aceptación, ni un solo indicio de una respuesta,
cuando prácticamente sus manos ya se habían separado y Benito carcomido por la
angustia de una esperada negativa, de pronto con voz firme y serena, Paca le
dijo: acepto ser tu esposa amado mío.
Del
silencio se paso a la risa, a la alegría, Margarita se acercó y los abrazó a
los dos besando a uno y a otro, era una mujer muy besucona, no perdía
oportunidad para besar, era su forma de dar el corazón, ese tan enorme que
hacía siete días dejo de funcionar. Era momento de celebración y lloraban los
tres de felicidad. Paca y Benito por su amor y Margarita porque los quería a
los dos y sabía que serían felices y ella también junto a ellos, quedaría
unidos los tres. Benito sacó una frasca de vino para celebrarlo y los tres
acabaron con ella, el alcohol se le subió a la cabeza de Paca, menos
acostumbrada a beber que la gente del pueblo y perdiendo todo pudor, se subió a
la mesa y se puso a cantar y a bailar, mientras Benito y su hermana se
abrazaban y reían de felicidad.
Como
Paca no estaba en condiciones de ir al condado con la yegua, Benito se ofreció
a acompañarla y así decir juntos la buena noticia a las gentes del Condado.
Margarita les hubiera acompañado, deseaba estar con ellos y disfrutar del
momento en que dieran la buena noticia, se avecinaba una boda, pero se quedó,
sabía que era un momento para la intimidad, un momento único en sus vidas que
debían compartirlo ellos solos.
Caminaron
ambos hasta el condado cogidos de la mano y al otro lado la yegua cogida de las
riendas por Benito y Pili encima de ella, se estaba haciendo mayor. No se
dirigieron a penas palabra alguna, tan solo se miraban con ojos de enamorados,
con esa complicidad que se tiene cuando el amor es compartido, cuando los
corazones por el milagro de la vida se unen, dos personas la una en la otra
formando un único ente llamado amor. Así como uno, llegaron al Condado, dejaron
a la yegua en la cuadra y pasaron a la casa del servicio. Allí se encontraban a
la mesa cenando, su madre, su abuela y los demás siervos del Señor Conde.
Entraron, se quedaron mirando, nadie dijo nada, su madre la miraba extrañada,
no era frecuente la presencia de Benito en el Condado salvo en época de
vendimia y su abuela Fidela maltrecha por la enfermedad pasada, la miró de una
forma especial, parecía que le podía leer el pensamiento y se le desprendió una
sonrisa. Ella y su abuela tenían un lenguaje especial, una confianza la una en
la otra que no tenía con su madre, una mujer de pocos sentimientos y abatida
por tantas pérdidas, su marido tres de sus hijos, no sabía nada del destino del
cuarto de ellos, y de repente, como al parecer nadie pensaba preguntar nada,
Benito tomo la iniciativa y dirigiéndose a Saturia, la madre de Paca, le pidió
la mano de su hija, que se la entregara en matrimonio. Esta perpleja por la noticia
pero sin sentir una emoción especial, le dio su bendición y le entregaba a su
hija.
De
nuevo el vino empezó a correr, los demás sirvientes se levantaron y los
abrazaron y dieron la mano en señal de felicidad a uno y a otro, se monto un
fuerte jolgorio, cantaron y bailaron; y bebieron, bebieron mucho. Todos eran
felices, unos mas emotivos que otros pero hasta Saturia se hizo unos cuantos
cazos de vino de la frasca y se le habían subido los colores a las mejillas
arrugadas marcadas por el paso del tiempo, la vida en el campo y el
sufrimiento. Era un día especial y por primera vez, como recordaba Paca, su
madre sonrió y fue feliz, cierto que el vino ayudó bastante en ese gozo.
Pasados
unos días y su madre, su abuela y Benito pensaron que la fecha de la boda
debían consultarla con el Señor Conde y obtener su aprobación. Su madre y su
abuela mas que ellos, era el Conde y también el padre de su hija bastarda.
Todos estuvieron de acuerdo, entonces su madre les preguntó si habían visto a
“Potaje”; apodo de su último hermano que todos pensaban vivo y que
se lo pusieron por sus ansias por la comida y por su cuerpo redondo embullado
en grasa. Paca dijo que no sabía nada, que hacía días que no le veía y que
tampoco le preocupaba mucho, tampoco a su madre, pero era su hijo y debería
saber del despose de su única hermana. Su madre preguntó por el Condado y nadie
le dio respuestas, había desaparecido, nadie sabía nada, tampoco le preocupó
mucho, tal vez había tenido la suerte de que se hubiera marchado lejos y no
volviera jamás, por lo que tras algunas preguntas sin respuestas la ausencia de
“Potaje” no importó mucho a nadie.
El
día siguiente lo habían elegido para dar la noticia al Señor Conde. Benito
llegó al Condado y los tres, Saturia, Paca y Benito se dirigieron al Caserón,
siempre era un momento tenso entrar en esa casa para ser recibidos por D.
Bernardo. Este les recibió en su habitación de trabajo, y allí los tres en pié
delante de la mesa del Conde, éste sentado tras ellas fumando un generoso puro
traído directamente de Cuba tras la guerra. Fue Benito quien tomo la iniciativa
y dio la noticia al Señor Conde, este sin dar ninguna muestra de sorpresa,
consintió en el casamiento; mas aún se ofreció como padrino de la novia y que
se haría cargo de todos los gastos. Paca se quedo sorprendida, no por los
gastos, que Benito ya se encargo de agradecer, sino por el hecho de ser la
persona que le llevara al Altar. A la vista de la expresión de sorpresa y
extrañeza de Paca, El Conde se levanto de la silla, tiro el puro al suelo, tomo
las manos de Paca y le dio: -hace tiempo que debías saberlo, Jara yo soy tu
padre y yo te llevaré al Altar-.
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