La sucesión no
fue fácil, no toda la nobleza española de aquella época pudo entender, que uno
de los títulos mas grandes de España pudiera ser heredado por una hija bastarda
que vivía en pecado con otra mujer. Lo legítimo para ellos hubiera sido seguir
las reglas de sucesión en la familia de Don Bernardo, algún primo, un pariente
lejano; pero no en una mujer nacida del pecado.
Su nombramiento,
culminado a su estilo, con aquellas palabras aceptando el título y el legado
recibido, fue muy criticado. Un noble no necesita justificar su linaje ni su
poder sobre los siervos, un miembro de la aristocracia española, con tan solo
su título se le debe respeto y obediencia sin necesidad de justificación alguna.
De forma
estricta y austera, fue felicitada por cada uno de los miembros de la nobleza
que asistieron al acto, así como por el representante de Su Majestad el Rey. Una
vez cumplido el protocolo, todos desaparecieron, cada uno por su camino, en sus
carruajes. Terminados todos los actos, Paca recién nombrada Condesa de Mudela,
quedo sola en la puerta del caserón mirando al infinito, observando cada una de
las cepas de los viñedos, los árboles, las cuadras, la granja, la bodega, las
diferentes edificaciones, sus caminos; no se le escapo ni un solo detalle, se
sentía extraña, nunca había tenido ningún poder y ahora era la dueña y señora
de todo ese vasto territorio del sur de la meseta castellana. Propietaria de
aquellas tierras, dueña de sus habitantes y autoridad en el Condado y de los
pueblos aledaños. Se sentía abrumada, incapaz, los hechos se habían sucedido a
gran velocidad, sin asumir todo lo que ello suponía aunque hacía años que su
padre la había nombrado como legítima heredera; a pesar de ello ahora era una
realidad y no podía ni dar un solo paso, ni mover un solo músculo, tan solo
miraba el horizonte sin pestañear.
Ensimismada en
sus pensamientos, asustada por la responsabilidad, por su repentina soledad, de
repente, una mano, un tacto, un roce, una caricia, una mirada; Margarita a su
lado, tomándola por la espalada, con su melena rubia entregada al fino viento
que se había levantado, la cogió fuerte, como si supiera que en cualquier
momento caería, tomo su cintura, acerco su pecho al cuerpo de Paca para que
sintiera su corazón, para que materialmente comprendiera que estaba allí, que
contaba con su total apoyo y su ayuda, que para ella nada había cambiado, que
seguirían juntas, que las debilidades de una se complementarían con la
fortaleza de la otra, que la tenía incondicionalmente, que nunca la dejaría,
que tan solo la muerte las haría separar, pero que hasta entonces, allí estaría,
a su lado para compartir sufrimientos y alegrías; que el amor que entre ellas
existía podría con todo y con todos; pues no sería fácil gobernar esos pueblos,
esas tierras, por una mujer en mundo dominado por los hombres.
Pasaron unos
días y La Condesa despachaba con el capataz, encargados de los campos, de las
cuadras, dando instrucciones, pidiendo consejos, a lo que no estaban
acostumbrados ninguno de sus siervos y firmando documentos. También recibía a
las autoridades, miembros del concejo, escribanos, notarios, el juez de paz;
todos ellos estaban bajo su autoridad y su nombramiento y sus cargos dependían
de ella. Mantuvo a todos los que estaban y nombró a otros; cumplía con todas
sus tareas y obligaciones de forma ordenada y así cada día. Al amanecer se levantaba de la cama, se
deslizaba de las blancas sábanas de seda y contemplaba a Margarita dormida, en
cierta parte la envidiaba, era un ser libre, sin obligaciones ni ataduras, tan
solo permanecía a su lado por amor, un gran amor, criticado e insultado por
tantos. Su vida podría haber sido mas fácil, podía marcharse en cualquier
momento, no la sujetaría, y sin embargo, ahí con sus cabellos del color del oro
sobre la blanca almohada, dormía como un ángel, con su rostro blanco y su
conciencia en paz.
Como cada día,
antes de salir para el caserón, le regalaba un delicado beso; suave, tierno,
silencioso para que no despertara, para que siguiera en sus sueños y en su
mundo, aunque su deseo fuese otro, despertarla, abrirle sus ojos azules y
juntar sus labios a esos otros labios, de un rojo intenso y saborearlos
juntando una y otra vez sus lenguas hasta tomar todo de ella. Sin embargo, en
silencio, un beso en la mejilla y nada mas, cada mañana comenzaban las tareas
de Condesa y a ellas se debía.
Cuando había
pasado poco más de un año desde su nombramiento, Benito capataz del Condado,
pues así fue nombrado por Don Bernardo y así lo mantuvo, comunicó a Paca que
abandonaba su puesto y que se marchaba del Condado a la vendimia de otras
tierras, que su tiempo allí había finalizado y por su puesto le pedía permiso y
autorización puesto que a ella como Condesa se debía. Paca tenía todo el poder
para retenerlo e incluso para que recibiera su castigo por hacer aquella
petición; sin embargo lo dejó marchar, al final era un pobre desgraciado, un
hombre simple, que en la juventud le cegó con su amor, pero que cuando tuvo que tomar
responsabilidades, cuando tuvo que ser un hombre, tan solo fue un villano
desgraciado. Lo dejo marchar, seguían
esposados, así seguirían, no había otra opción en esa España dominada por
clérigos y sotanas, a tanto poder no llegaba. Y se marchó con lo puesto. Meses
después tuvo la noticia de que había muerto bajo las ruedas de un carro, con
una muerte violenta, ya que al parecer sus pesadas ruedas pasaron una y otra
vez por encima de su cuerpo, hasta romper en pedacitos cada uno de sus huesos.
Sus restos los trajeron al pueblo para recibir cristiana sepultura. Margarita
asistió, era su única familia, ya no vivían sus padres ni familiar alguno.
Paca, la viuda, sin embargo no fue a dar el último adiós, ni su cargo ni sus
deseos se lo permitían. Benito fue un gran engaño en su vida, había recibido su
merecido.
Cuando Benito
abandono su cargo de capataz y abandonó El Condado, Paca decidió hacer algunos
cambios. Uno obligado debía nombrar un nuevo capataz. Para ello eligió a
Celestino, el hijo de Fermin el de las cuadras que aunque hombre con
conocimiento y experiencia ya era muy mayor y pocos años le quedaban.
Necesitaba alguien joven, fuerte y capaz, alguien que supiera dirigir los
campos, la bodega, los tratos con los comerciantes; una persona en la que
pudiera confiar y le quitara alguna responsabilidad; y para ella Celestino era
el hombre ideal, de poco mas de cuarenta años, criado en El Condado, lo había
visto crecer y trabajar. Conocía el oficio y junto a él nombro a Fernanda, la
esposa de éste, como la encargada del servicio y del mantenimiento
de el Caserón. También la había visto crecer, criarse en El Condado y
sobre todo, cuidar a su madre Saturia a la que le quedaba poco tiempo en la tierra,
le sobraban los años; y le estaba muy agradecida.
Quedaba una
última decisión, había pasado ya mucho tiempo desde que fue nombrada Condesa de
Mudela y seguía viviendo junto a Margarita en la casa que el Conde le cedió
cuando se casó. Allí no entraba el servicio, Margarita se encargaba de las
tareas domésticas. Las comidas, la limpieza. Pero esa situación no podía
continuar, debía trasladarse a vivir al Caserón, no solo por los rumores, sino
por dignidad del título, debía ser servida por los sirvientes, no por su amada,
debía residir en el lugar que le correspondía y con los lujos de esa gran casa.
Esa decisión
estaba tomada por Paca, ahora debía comunicársela a Margarita que no le haría
ninguna ilusión. Ella estaba encantada en servir a su amada Paca, a seguir
viviendo en la discreción sin nadie mas, sin gente que entrara y saliera
constantemente, que le pusiera el pollo en la mesa sin haberle retorcido el
cuello ella y cocinado.
Una mañana al
despertar, no solo hubo un beso en la mejilla de Margarita, ese día Paca la
despertó con otro beso pero en el centro de sus rojos labios. Margarita entreabrió
los parpados y dejo ver sus azules ojos regalando a Paca una suave sonrisa, le
había gustado ese despertar. Aunque
después del beso, la sonrisa, el placer de los labios juntos, Paca le dio la
noticia, se trasladaban a vivir al Caserón, así lo había decidido y le dio las
explicaciones que entendió convenientes. Margarita dijo cien veces que no, que
allí no sería feliz, que necesitaba servirla ella y que no la sirvieran, que por favor le
pidió que se marchara ella, que lo entendía, pero que la dejara permanecer allí
y ser ella quien desempeñara las funciones de esa tal Fernanda, y algo mas,
alguna noche, en la que los deseos carnales así lo pidieran, que era su sierva,
que le mandara y obedecería en todo.
Paca la cogió de
su mejillas, acerco su cara a la suya, la beso en cada una de ellas, se separó
unos centímetros y de su boca salieron unas palabras suaves, tiernas pero
también de Condesa: “ mi amada, tu eres
lo único que me mantiene en vida, la razón por la que lucho cada día, por la
que acalló miradas y comentarios, sobre tu y
yo, mi amor, tu serás servida, como si fueses mi esposo y no dudaré en
acabar con la vida de cualquiera que lo ponga en duda, que nos juzgue. Mi amor
por circunstancias de la vida, tu no debes servir a nadie, tienes que ser
servida, te lo pido por nuestro amor, por mi y lo harás, porque además – Paca, en ese momento tomo un poco de
aire y se le acercó un poco mas – porque
además, mi amor como tu señora es mi deseo y lo cumplirás”
Paca de repente
despertó, se había quedado sumida en sus sueños, pero un golpe de aire rompió
la ventana e hizo añicos los cristales que saltaron encima de la cama, El
Condado estaba en llamas, era una imagen aterradora, todo estaba siendo
devorado por el fuego e incluso la casa. El techo se había tintado de rojo y el
humo empezaba a colarse entre las tablas. El caserón estaba ardiendo, el tiempo
de Paca se acababa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario