viernes, 14 de junio de 2013

LA DOLCE VITA

Con los años he aprendido que la vida te regala muchas lágrimas pero que no que te roba la sonrisa. Es como que Dios aprieta pero no ahoga. Sueños de los años vividos, de la infancia donde nada transcendía de los juegos, de pequeñas necesidades, de felicidad continuada. La sociedad te exige éxito en la vida y sobre todo, consejos constantes de cómo alcanzar la felicidad. La belleza estética, la iluminación intelectual y todo encaminado a esa meta, conseguir la felicidad. En su búsqueda dejamos restos por el camino, nos alimentamos de días meses y años, pero no la alcanzamos. Tan solo en escasos pero intensos pequeños momentos que te llevan a ser agradecido, a soñar que algún día se repetirán con más frecuencia, que es el destino de todo ser humano, llegar a una felicidad objetiva, estándar. Un estado socialmente admitido donde con comentarios en voz tenue, se habla de ti, se murmulle que eres feliz, que lo has alcanzado. La felicidad es un estado subjetivo, personal y único. La felicidad de uno no es la felicidad del otro y sintiéndote observado, algunos te ven como un infeliz, como una persona que en lugar de vivir sobrevive ante tanto bache que compone el camino. Mi felicidad no es tu felicidad, lo que yo siento, tu no lo sientes, incluso ni lo comprendes. Yo soy de pocas necesidades, incluso de ninguna, tan solo aspiro poder disfrutar de esos momentos aunque no se repitan con frecuencia, sean escasos e incomparables. Esos momentos en los que el amargor de la existencia se convierte en dulzor, en ese sabor acaramelado e incomprendido que hace que esos instantes, converjan el pasado con el presente en una “dolce vita”.


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