Cuando nacemos carecemos de cualquier señal o estimulo externo, solo nuestro impulso a amar. Durante el tiempo que nos hallamos en el seno materno, solo recibimos el amor de la vida que nos regala nuestra madre. Al llegar al mundo, recibimos todo tipo de imágenes, de olores, sonidos y sentimientos contradictorios. Desde ese momento empezamos a envejecer, lo que era limpio y puro se va transformando, se contamina con el humo sucio de la realidad. Nuestro corazón que estaba abierto de par en par, se va cerrando como un puño. Empiezan los temores, engaños, traiciones y decepciones y cada vez mas lo cerramos para no sentir dolor. Como la fruta recién cogida del árbol, fresca y pura, comenzamos a madurar, para algunos es un avance, una meta, aunque no es mas que el inicio del marchitar. Si el corazón lo cerramos para no sentir dolor, tampoco le dejamos recibir amor. La cruda realidad lo mancha todo, ese blanco esplendoroso de nuestra alma, cada vez es mas gris hasta que el negro se apodera de ella. La vida también nos da elecciones, podemos elegir y defendernos de esa realidad, mantener nuestro corazón abierto y el alma blanca abierta a los demás. Somos seres generosos dispuestos a dar y a recibir, sentimientos de paz, de cariño, amor y amistad. No ponernos como metas el triunfo material, acumular riquezas o miserias, podemos coleccionar abrazos, caricias y besos, para poderlos recibir y entregar. No es un alago que me digan que he madurado, que he puesto los pies sobre la tierra. Lo que me alaga es que me vean como aquel niño espontaneo, con el corazón y el alma abiertos de par en par, idealista, soñador y pleno de amor.
sábado, 5 de octubre de 2013
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