La
soledad había sido la única compañera en la vida de Paca. Su vida fue una
soledad compartida y a veces una soledad sonora. Ensimismada en sus
pensamientos, una ligera sonrisa broto de entre sus labios. La mayor parte de
su vida estuvo sola pero no podía olvidar, la única compañía que tuvo durante
muchos años desde su tierna infancia hasta la madurez. Esa fue su perrita Pili,
aquel trozo de amor de humanidad y de belleza que en día inesperado se desprendió
de la rudeza del Conde, fue un momento inolvidable y una presencia constante en
su corazón, como decían los mayores,
nada es bueno o es malo, será lo que Dios quiera, y de aquel horroroso
incidente con sus hermanastros, Dios quiso que algo bueno le sucediera,
descubrir que el Conde, su padre, tenía un corazón en el pecho, cosa que muchos
habían llegado a dudar.
Paca
seguía mirando por la ventana, apreciando como se aproximaban los grandes
nubarrones y como invadían todo el condado con sus negras sombras iluminadas
por rayos de luz en el firmamento, prácticamente no se percataba de la
tormenta, y como pensó, toda su vida estuvo sola, pero su soledad fue sonora
durante muchos años, los ladridos de Pili, sus a veces lloros pidiendo un
trocito de carne, sus pezuñitas subiendo por encima de ella hasta postrarse en
su lecho. Fue todo su mundo, inseparables, donde Paca iba, Pili le seguía
o a veces al contrario, día y noche,
porque en su cama siempre ella era la primera en subir y cobijarse entre el
cuerpo de Paca, y así su mundo y su universo se reducía, a compartir su vida
con aquel pequeño ser que le dio las únicas sonrisas en toda su vida, y hoy
aún, mirando por la ventana, observando la brutal tormenta; hoy, incluso hoy
una sonrisa de nuevo entre sus pellejos moribundos que cubrían los huesos de su cara, había
conseguido desprenderle cuando ya poco, le quedaba por sufrir.
Fueron
quince años de su vida viviendo para Pili, y ésta por ella. A penas había
cumplido los cinco años cuando aquel día sus hermanastros la cogieron la
amordazaron y le arrancaron de cuajo cada uno de sus pelos rojos, esos tan
preciados para el guarda murciano. Entonces llegó Pili y lo que fue el horror
se convirtió en un espejo invertido y la belleza triunfó, desde entonces hasta
que llegó a los veinte años. Pili fue su amiga, su compañera, su diversión, su
vida compartiendo con ella el pan y la sal como decían las viejas, desde la mas
tierna infancia, la adolescencia hasta la madurez.
Mientras
el caserón crujía con cada trueno, con cada lamento del cielo por los males de
los hombres, como su abuela le contaba durante las tormentas, Paca seguía
inmersa cada vez de forma mas profunda en sus pensamientos, en el pasado, lo
único que le quedaba, todas aquellas vivencias buenas y malas, aunque estas
últimas fueron mas abundantes, que había
ido metiendo en las alforjas que eran el contenido de una vida, su vida. Así
prácticamente sin pestañear, esa sonrisa seguía dibujada en sus resecos labios.
Recordaba su infancia, una infancia complicada, pero también con momentos
tiernos y simples, como fue su vida. Una vida de trabajo, de sacrificios, pero
quedaban aquellos vividos de pequeña junto a Pili. Recordaba esos grandes
paseos que se daban por la parte mas profunda de los viñedos, en aquellos días
de Agosto cuando la fruta empezaba a madurar y la cepas estaban copadas de
hojas y racimos de uvas. Caminaban lo mas lejos posible, Pili con la lengua
fuera, bebiendo agua de vez en cuando de alguna charca, cansada, fatigada,
corría junto a su dueña, inseparable la una de la otra, y llegaban junto a un
árbol que se encontraba en las lindes del condado, y bajo su sombra se sentaba
junto a Pili, allí las dos solas, como si fueran un único universo, como si no
existiera nada ni nadie mas que ese circulo formado de amor entre ese ser de
grandes orejas, ojos saltones y rabito juguetón y ella, esa niña pelirroja, a
veces temida y otras adorada por lo peculiar de su aspecto.
Allí
se les pasaban las horas muertas, descansando del paseo, refrescándose del
castigador sol del mes de Agosto y aunque la sombra del árbol era generosa,
Pili se acurrucaba junto a ella, no la dejaba prácticamente respirar ni
moverse, necesitaba sentir sus manos sobre su cabecita, caricias en su peludo
cuerpo en parte negro y en otra marrón, pero de panza blanca como la leche.
Allí Paca sacaba de entre una bolsa trozos de chorizo, de salchichones que
cogía de las despensas, y con una hogaza de pan, un trocito para Pili y otro
para ella, todo, hasta la última miga la compartían, Pili se relamía y moviendo
su rabito cada vez con mas velocidad, le pedía mas y mas, parecía insaciable,
pero no era el hambre, era la felicidad de esa pequeña cosita que un día la
desprendieron de las ubres de su madre para ser entregada a aquella niña que
fue su salvación, ya que su fin era ser ahogada como hacían con todas las
camadas con las crías mas pequeñas y menos valiosas, y Paca, gracias a aquel suceso fue su
salvación, y ésta ahora recordándolo, no sabía si ella fue la salvación de Pili
o ésta la salvación de ella.
Un
día, no sabe cual, cuando Pili ya tenía un año, Paca se cruzó con uno de sus hermanos, uno que
ni recuerda su nombre pero que le doblaría la edad, entre doce o trece años;
ese día, de los pocos que se cruzaba con alguno de aquellos hombres con forma
de mono desde el acontecimiento que le marcaría su vida; se le acercó, cuando
lo tenían prohibido. Ella y Pili se encontraban a la sombra del porche delante
de las cocinas donde se encontraba su madre, su abuela y otros sirvientes del
Conde; este la miró, ella bajo la cabeza no quería mirarle el rostro y recordar
el daño que le había causado él y sus otros tres hermanos, y poco a poco se le
fue acordando, cuando tanto por mandato del Señor como de su propia madre lo
tenían prohibido. Éste, con su escaso cerebro, bien lo olvidó o tal vez su
maldad superaba incluso el miedo al Señor Conde, no tanto a su madre que le
daba igual. Paso a paso se le fu acercando, Paca lo notaba, sentía su
proximidad y también Pili que con cada paso, se le juntaba cada vez mas
formando un todo unido entre su cuerpecito y el suyo. Pili cada vez tenía las
orejas mas bajas, casi ni se le veía y Paca temblaba cada vez mas con cada paso
que aquel ser daba acercándose a las dos.
Llegó
junto a ella, las dos acurrucadas con la cabeza entre las piernas y Pili entre
ellas, y el terror le inundó cada vez mas, nada bueno podía esperar de ese horroroso
ser. Recordando, Paca fijó en la ventana esa sonrisa que momentos antes se
había dibujado en su rostro marchito, se convirtió en un gotear incesante de
lágrimas. Aquel día juro venganza. Cuando ya se encontraba pegado a las dos, el
hermanastro, cogió de la cabeza a Paca, se la levantó, le arrebató el pañuelo
que aún llevaba, y vio como su cabeza ya se había cubierto de nuevo de esos
pelos rojos, abrió su apestosa boca y le vociferó –Jara, o te lo arrancas o te
lo arranco- Paca estaba inmóvil presa del terror, no pudo contestar a las voces
de ese ser que habían llegado hasta la cocina y habían alertado a su madre que
rápidamente miró por la ventana y ante la escena se apresuró a salir de la
cocina.
Como
Paca no le contestó, ese monstruo de hermano le cogió de la cabeza dispuesta a
arrancarle uno de los pequeño mechones que ya tenía de su rojo pelo, en ese
instante, cuando procedía a arrancarlo, sin poder esperarlo, sin tan siquiera
un movimiento que avisara de su acción; Pilí saltó de entre sus piernas
alcanzando la cabeza de aquel abominable niño, lo atrapo en la cara y con sus
pequeños pero afilados dientes se le engancho en la nariz, le apretó y un
chorro de sangre empezó a derramarse desde su cara. Paca quedó atónita, nunca
había sentido la bravura de Pili, tan pequeña, tan cariñosa. Se le quedó
agarrada en la cara y aquel encharcada su cara de sangre se la quitó como pudo
de encima, llevándose Pili un trozo de carne de su nariz entre sus colmillos,
éste gritaba de dolor, pero también de odio, y aunque se desangraba, cogió a
Pili del rabo y se la llevó colgando como se hacía con los conejos. Paca estaba
aterrorizada, gritaba sin parar -¡ no, no, no, déjala, no, no te lo suplico te
daré cada uno de mis pelos, suéltala! Su madre que ya se había percatado del
suceso, salió le ordeno a gritos que la dejara, pero éste no hacía caso de nada
ni de nadie, la ira le invadía, se llevó a Pili y a Paca enganchada a sus
piernas para no dejarle ir, pero de una patada en la cara hizo saltar a Paca
por los aires quedando tirada sobre el suelo aterrada mirando la cara de Pili
colgando, con la miraba pidiéndole ayuda gritando socorro con fuertes lloros.
La bestia se dirigió al pozo y cogió el cubo, metió a Pili que ya estaba
inmovilizada, sin apenas fuerzas para defenderse y se dispuso a atarlo a la
soga del pozo para tirar a Pili hasta el fondo, de repente, sin esperarlo, su
madre de nuevo le ordeno que lo dejara y sin hacer ningún caso, el monstruo de
hermano siguió con su plan, y de repente, un estruendo, una explosión, su madre
había cogido una escopeta que por casualidad se encontraba apoyada en un pilar
de algún hombre que había salido a cazar en el coto y habría entrado a coger
sustentos; y disparó con toda precisión dando en el centro del hombro de aquel
maldito hijo. El cartucho le atravesó y saltaron astillas de sus huesos por el
aire, la sangre brotaba del agujero que le había causado y sin fuerza, soltó el
cubo donde estaba Pili, que al verlo salió corriendo y se tiró sobre Paca a la
que no dejo de lamer la cara y esta se levanto y la abrazó tan fuerte que hasta
un quejido salió de aquella pequeña cosita. En ese instante, Paca fijo su
mirada sobre los ojos de su hermanastro, y de ellos salieron fuego, salió toda
la fuerza de la venganza que le esperaría de Paca la Jara.
No hay comentarios:
Publicar un comentario