Lo primero que
me vino a la cabeza al pensar en sentimientos, es que no caducan; que no se
pueden negar porque no dependen de ti. Sentimientos que a veces se confunden
con emociones y a veces incluso con apegos de la razón. Sentimiento vestido de deseo
u otras veces de necesidad, de ausencia, de abatimiento; de extrañeza.
Sentimiento que
busca el cuerpo, que siente como la palabra misma lo dice, que lastima la piel
o que busca su caricia. Sentimiento que hace palpitar al corazón. Esa irracional
aceleración del ritmo cardiaco con tan solo pronunciar un nombre, ver una
fotografía; e incluso sentirla a kilómetros de distancia con tan solo una idea,
una imagen; un sueño tachado de pesadilla en una noche de insomnio.
Ese que hace que
las glándulas de la piel se despierten, que nos suden las palmas de las manos,
que perdamos el mismo sentido de la orientación y de la dimensión espacio
tiempo. No hay justificación que lo demuestre. No hay formula lógica ni
ecuación racional que nos de el resultado.
En un mundo experimental, donde todo tiene su explicación bioquímica,
incluso el amor por la segregación de no sé cuantas sustancias a la vez; en esa
maldita estupidez humana de querer dar explicación a todo; en este mundo, el
sentimiento carece de empatía porque no tiene explicación con fórmulas de la
química orgánica ni de la inorgánica; ni de la física tradicional ni de la tan
denostada cuántica. No tiene valor de cambio, no es comprable ni vendible; el
sentimiento se tiene o no, se posee sin haberlo llamado, sin haberlo pedido y a
veces incluso sin necesitarlo e incluso puede resultar inoportuno. Sentimiento
es esa electricidad que levanta el vello de la piel, que hace que la niña de
los ojos se dilate; que nos pone en alerta de protección, no tanto de nosotros
como de aquel por el que se siente.
A veces nos
preguntamos que es esa fuerza que nos conduce al suspiro, a acelerar la
respiración sin ser capaces de obtener ni un milígramo de oxigeno. Que fuerza
tan brutal que altera la respiración que pronuncia el nombre de lo sentido con
simples quejidos que son prueba de amor, de necesidad de alcanzar, de tocar; de
poseer en todas sus dimensiones físicas e incluso espirituales. El sentimiento
es la llamada a la atracción sexual, ese motivo por el que necesitas acariciar
y desnudarte en cuerpo y alma para poseer y ser poseído. Para alienarte, dejando
de ser tu y convirtiéndote en un mensajero de las necesidades del alma y del
cuerpo.
Amar es el mayor
sentimiento, ese que nos lleva a querer; que es la razón de ser. No encuentro
explicación a la vida sin amor. No entiendo ni tiene sentido vivir por vivir,
dejarse los años en acumular sin dar. Ir creando necesidades sin culminar
aquella que nos da razón de la vida, ese porque tantas veces buscado pero que
se deja en incógnita. Posiblemente porque es tan fuerte, tan duro; una lección
tan difícil de aprender que se deja para el día siguiente, como tantas cosas se
dejan en la vida y al final lo único que pasa es el tiempo y esa propia vida
sin haberla vivido, porque no olvidemos que una vida sin amor no es una vida.
Una vida sin disfrutar de los sentimientos no es real, es simplemente una
ficción mal interpretada de nuestra propia persona; una falta de capacidad de
seducción de lo auténtico, de aquello que se encuentra tatuado en oro en el
corazón.
La vida es
sentir el ahora mismo, nada más; ni un segundo más delante. La vida es percibir esa brisa de
aire que acaricia la cara y hacerla nuestra, asumirla; vivirla como el instante
mas auténtico que existe; ese presente radiante que llamamos momento. Ese
oxigeno que se cuela en nuestro cuerpo, que nos invade y sentimos que circula,
a veces mas rápido, otras mas lento; pero es vida; esa es la vida porque la
vida no es más que un sentimiento y si no la sientes; has perdido la vida.
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