Hoy nada más
ponerme los calcetines, que es como decir nada más despertar, he leído una
frase preciosa que dice que no hay mayor falta de ortografía que no decir te
quiero a quien se quiere.
Realmente es una
gran falta no decirlo, aunque se sienta sin expresarlo. El hecho de decirlo es
ganarse la satisfacción del ser querido, que como tal no es nada perverso ni
vergonzoso. Querer no es más que mostrar a los ojos el afecto, el cariño y los
buenos deseos a la persona a la que se dirige ese amor, sin más pretensión que
el tacto humano y el sentido del corazón. Vivimos en un mundo tan acrobáticamente
retorcido, que dar amor e incluso hacerlo, siempre se mezcla con una intención
carnal, con una manifestación de deseo sexual y nada más lejano a la realidad.
Por eso últimamente suelo pedir permiso para querer. Así es, cuando una nueva
persona llega a mi vida y siento ese amor, sin necesidad siquiera de haberla
visto, por el simple hecho de la caricia de sus palabras; le suelo preguntar si
puedo quererla, y la reacción en contra de lo que muchos podrían esperar es de
acogimiento, de dulzura; porque es como una pregunta muy infantil, muy de niño
que pide permiso casi para todo aquello que no puede dominar, como para sentir
la protección del permiso concedido.
Ante un mundo
perverso, donde algunos incluso se vanaglorian de lo pervertido de sus deseos,
a algunos no nos queda más que volver a la infancia, a la inocencia de los
sentimientos puros y limpios. Ajenos a la perversión de las mentes paranoicas
que no encuentran mas satisfacción que la locura de sus caóticos pensamientos
de razonamiento tan primario, como la fealdad de sus miradas. Una vida donde el
juego sucio se premia, donde lo diabólico parece tener sus seguidores; a los
que no lo somos, a los que nos gusta más la claridad que las sombras; no nos
queda otra que el juego de la inocencia.
Agosto tiene sus
días contados, hoy el último día del dos y el tres tiene pocas oportunidades.
Hablando de perversión, no hay mayor que la del tiempo. #manuylavida
MBS
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